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CHILE - Las dos caras de la nieve

Andrés Bianque

Jueves 16 de agosto de 2007, por Andrés Bianque Squadracci

“La nieve no es más que la lluvia con vestido de novia”

Novia que mueve su vestidura, sus pliegues, sus pechos de mármol, su cola de luz cristalizada sobre los bosques, sobre el cemento, sobre los campos, sobre pecadores y santos sin distinción.

El beso entre el cielo y la tierra se hace más largo, se siente más a flor y pétalo de piel.

Hay tantas maneras de nevar, como formas de llorar.

La tierra se enfría preparando el lecho transitorio donde caerán las plumas de ganso arrancadas por el viento.

Una voz helada va repartiendo vahos como panes sobre las bocas que ya saben del rito ancestral que vendrá, el frío va repartiendo entradas, va ordenando las hojas de los árboles en todas las direcciones, en cualquier momento se abrirá un inmenso telón albino que será el fondo que enfundará las alturas en un concierto de cal celestial.

Como sábana social secular y sagrada que se extiende por sobre todas las cabezas llenas de ambición y los va volviendo buenos a todos. Y es que las rosas heladas que besan las manos, que besan los rostros curtidos van ablandando el dolor, van humectando el desierto de los ojos, los copos son papel picado de una inocente fiesta invernal.

Y los niños son más niños que nunca, y la nieve, justa y sabia no discrimina a ninguno y va repartiendo helados en las manos extendidas de todos los infantes. Y la nieve hace que esos niños miren maravillados hacia el cielo, mientras los hombres miran dentro de sus propios infiernos.

Las palomas confirman las leyendas contadas por sus hermanos más lejanos y se esconden y cobijan en las viejas catedrales y rezan al son de las campanas que van tañendo calladas el paso de penitentes y caminantes.

Ni dos ojos son iguales, ni dos copos de nieve. Dos partículas inmarcesibles y únicas se saludan, dos mundos pequeños se funden bajo el fuego de un segundo.

El cristal helado se refleja en los ojos, el ojo atento y expectante se refleja sobre la pupila de la nieve y un solo espejo genera, produce y forja imágenes paganas que se duermen en la retina de la memoria., imágenes paganas que se transforman en ángeles de nieve, en bolas de nieve, en viejos con escobas, zanahorias y turbantes que envejecen derritiéndose lentos y taciturnos.

La luna se apiada de un campamento pobre y comienza a derramar pequeñas gotas de leche desde sus escondidas ubres.

Los niños, los viejos, los buenos y los malos alzan sus vasos, sus ollas olvidadas, tiznadas, y enlozadas hacia el cielo.

Encumbran la cometa de sus ilusiones y esperanzas y de su vida toda, en dirección a las nubes, como en una liturgia popular y sagrada.

Indiferentes las nubes orinan agua turbia y hollín de modernidad sobre sus cabezas suplicantes, pero ellos insisten y siguen mirando hechizados hacia las alturas como por cada gota de leche derramada, la luna se va haciendo más y más pequeña.

Como si una mano generosa arrojara granos de arroz sobre familias famélicas.

El hambre de unos cuantos confunde estúpidamente la nieve con la leche y cereales.

La miopía de los estómagos vacíos se confunde con la inopia de lo básico.

Es hermosa la nieve, pero por un rato, su efecto es pasajero y no dura todo el tiempo. Porque una vez que se ha diluido su conjuro blanco, una vez que esa mariposa albina ha perdido sus alas se transforma en otra cosa si el terreno esta minado de erosiones ambientales o de lugares erróneos. Es decir, si la cigüeña del tiempo ha entregado su encargo en el lugar equivocado.

La ropa se inunda y desborda de fracaso, y entre impotente, pobre y humilde, poco y nada puede hacer contra la emperatriz de la Nieve.
La rosa de los vientos clava y atraviesa sus espinas a través de la delgada tela que cubre los delgados cuerpos. ¿Qué puede hacer un pobre y triste chaleco contra el señor de los hielos?

¿Qué puede hacer un resignado calzado en contra de los témpanos?

Las calles sucias, las hojas huérfanas sobre el cemento, las alcantarillas siempre tapadas y en reparaciones pendientes, los eternos hoyos como muestras de promesas electorales quebrantadas, más la tierra, el polvo y la mugre presentes, cocinan un pantano, páramo inmenso a fuego níveo lento sobre los pies descalzos de fríos como este.

Despavorida corre la gente a refugiarse a los albergues, lo que fue una sonrisa incolora de invierno, ahora se convierte en mueca siniestra, canino colmillo que va lacerando gargantas, músculos y tendones, que va congelando a los que no tienen casa, que va decorando las calles y las plazas de muertos, pálidos, azules y yertos..

Espolvoreando y cerniendo limadura de nubes fosilizadas de hielo sobre los campos, un extraño almidón cubre, roe y corroe los pastizales, las viñas y los huertos.

Porque cuando no es el lugar ni el momento adecuado la nieve se transforma en cocaína, en heroína villana que induce comas letales sobre los campos, durmiendo las hortalizas, las frutas, pastizales y trigales para siempre.

La hoguera fluvial del invierno arde y quema la tierra.

Las cosechas y las fechas se trastornan a tal punto que no se sabe ni de los días, ni de los meses, ni de las estaciones. El reloj biológico terrestre desnivelado de su eje sagrado marca horas extrañas y datas inexistentes. Y arroja latigazos solares diarios sobre los glaciares, sopla nieve sobre las palmeras, copos de nieve sobre los desiertos.

Y una vez más, los pobres son los que más sufren. ¿Cuántos copos de nieve aguanta el techo de una rancha? ¿Con cuántos litros de parafina se pasa esta noche navideña?

¿Alcanzan las frazadas? ¿Cuánto dolor se esconde detrás de esas postales instantáneas que afloran por doquier?

Hombres de barro pasean por las calles, mujeres de nieve abrazan a sus hijos.

Gélidos coágulos ahogados entre barro, pobreza y abandono.
Algo que podría ser simplemente bello, la injusticia y la estupidez lo vuelvo horroroso.

responsabilite

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