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¿Una crisis terminal?

Pedro Calzada

Jueves 23 de abril de 2009, por Barómetro Internacional

Hace un buen rato que todo el mundo habla de “la crisis”. Los entendidos vienen elaborando largas y farragosas reflexiones que suelen ser solo para el consumo de iniciados en el esotérico lenguaje de la economía. Los optimistas dicen que es la crisis terminal del capitalismo, pero ni por asomo se aventuran a decirnos si lo que viene es mejor, peor o mas de lo mismo.

Por otro lado, cualquier venezolano de hoy que no esté directamente familiarizado con el mundo de las finanzas o de las Ciencias Sociales, requerirá un considerable esfuerzo de imaginación para percibir una crisis que por ahora –entiéndase bien: solo por ahora- tiene muy poca incidencia en nuestra vida cotidiana. Además, el uso y abuso de la palabra capitalismo en el discurso político, creo que la ha ido vaciando de contenido para una inmensa mayoría que se confunde mas, cada día que un capitalista industrial, comerciante o banquero, canta las glorias del Socialismo del Siglo XXI.

Intentaré en estas líneas explicar, como imagino que me hubiera gustado que a mi me explicaran, no tanto en que consiste, cuanto donde se origina esta crisis que algunos se empeñan en llamar financiera y que para mi es una crisis sistémica, terminal y quizá no solo del capitalismo, sino de la vida humana sobre este planeta.

Si yo –aprendiz de todo y oficial de nada- tuviera que explicar de forma sencilla esta crisis global, pediría primero a quienes estuvieran dispuestos a escucharme que hicieran un esfuerzo por entender que “el mundo” no es algo que podamos contemplar desde el espacio exterior, cómodamente sentados en una butaca y comiendo cotufas. El mundo es el cada día más limitado espacio, que nos incluye a todos de modo tan radical que no podremos abandonarlo ni después de muertos. Digámoslo de una vez: es “nuestra querida, contaminada y única nave espacial”

Ese tan común error de perspectiva, ese creer que el mundo es algo que está allá fuera, una pelotita azul que vemos en la tele todas las noches detrás de un señor muy serio con acento uruguayo, es precisamente el que cometieron los que de forma directa aparecen hoy como responsables del estallido financiero que ha precipitado los acontecimientos: Creyeron que ellos si podrían contemplar el producto de sus acciones comiendo cotufas, y por ahora parece que lo hubieran logrado gracias a que Mr. Obama y su corte del G-20 han acordado premiarles la travesura con unos “billoncejos” de dólares, a costillas de los de siempre, o sea nosotros, o sea los ciudadanos de a pie, ¡o sea los pendejos!. Quienes perdieron sus casas, quienes no tienen trabajo, quienes viven hoy en el asiento de atrás de sus automóviles, no cuentan. Solo cuentan los banqueros que orquestaron la más grande estafa que recuerde la historia.

Pero ¿qué es la crisis?, ¿en que consiste?, ¿cómo comprenderla sin usar todos esos impresionantes tecnicismos que han inventado ciertos economistas, precisamente con el propósito de que no entendamos nada? Habría que decir primero que eso de decretar una crisis tiene más que ver con el modo en que se conteste la pregunta ¿quiénes son los afectados?

Me explico, parece que circula un consenso bastante amplio según el cual esta crisis se habría desencadenado a partir del colapso de una llamada “burbuja hipotecaria” que al implotar, habría provocado en una suerte de “efecto dominó”, la quiebra a las principales instituciones financieras de los Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia y quien sabe cuantos mas. El desplome de gigantes financieros como Lehman Brothers y Merrill Lynch después del gran rescate de las hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae, ha causado una convulsión sin precedentes en todos los mercados financieros del mundo.

Desde septiembre de 2008 hasta el sol de hoy, en los Estados Unidos se ha venido perdiendo un promedio de 600.000 puestos de trabajo por mes. En 2009, la fuerza laboral de la industria automotriz alemana que ocupa tradicionalmente a unos 83.0000 trabajadores, se verá reducida a la mitad aproximadamente. Y de la misma manera podríamos seguir enumerando pequeñas o grandes catástrofes alrededor del mundo, cuyas consecuencias inmediatas ya se han hecho sentir en Venezuela, donde –por buena suerte para nuestra querida revolución- hemos tenido que recoger los platos sucios de un “Festin de Baltasar” financiado con el barril de petróleo a 150 dólares.

No valdría la pena continuar enumerando acontecimientos que de cualquier modo pueden leerse en a prensa o en Internet todos los días. De hecho me parece mas relevante apuntar el curioso hecho de que el mundo ha tomado conciencia de su situación de crisis cuando el agua le llegó al cuello a los ricos, que por cierto están intentando por todos los medios trasladarnos el costo de sus propios fracasos.

¿Por qué venir a hablar de crisis a estas alturas? ¿Cuántos años, lustros o décadas hace que la tercera parte de la humanidad se mantiene con ingresos menores a un dólar por día?, ¿Cuántos niños han tenido que morir en Asia, en África y en nuestra América por enfermedades adscritas al hambre y la insalubridad para que ahora vengamos a enterarnos de que hay una crisis porque Wall Street está asustado? Basta constatar que mientras Estados Unidos pone el grito en el cielo porque el desempleo ha alcanzado la inconcebible cifra de un 7,3 %, nosotros desatamos nuestra euforia porque también después de muchos lustros, el desempleo en Venezuela acaba de bajar a esa misma cifra del 7,3 %.

Así pues, si se contextualiza esta crisis en el marco de las desgracias que este sistema mundo capitalista le ha propinado a toda la humanidad durante por lo menos, los últimos 500 años, tendremos que reconocer que su magnitud ha sido desmesuradamente amplificada por el simple hecho de que ahora –y creo que de modo irreversible- los desastres vienen pisándole los talones a quienes los provocaron siempre y que por añadidura son los mismos que controlan todo el aparato comunicacional del mundo, ese aparato que no es hoy sino una inmensa máquina de producir miedo, el miedo útil con el que nos han exprimido y explotado siempre y que hoy se centra en tratar de convencernos de que si no los salvamos a ellos del naufragio, ellos harán que nos hundamos todos juntos en aquella suerte de Armagedon con que sueña todas las noches el loco Bush.

Nosotros, los de “El Sur” hemos nacido, aprendido a vivir y muchas veces muerto en el seno de una suerte de “crisis crónica”, plagada de injusticias y sufrimiento, sin que el resto del mundo se diera por enterado, de modo que estamos infinitamente mejor dotados para sobrevivir en el deshecho de mundo que ellos nos dejarán cuando se hayan ido al infierno o los hayamos echado. Por eso, aunque parezca una broma de humor negro, los 96 millones de personas que –solo en América Latina- viven todavía en condiciones de extrema pobreza o los 22 millones de jóvenes latinoamericanos que carecen aún de oportunidades para estudiar, están mucho mejor dotados para sobrevivir en un mundo arrasado que cualquier habitante del capitalismo metropolitano.

No es el momento de creer en cuentos de camino. Por el contrario, ahora mas que nunca cobra vigencia la propuesta de “desconexión” que desde hace décadas viene enunciando Samir Amin.

Amin enunció la "tesis de la desconexión" en su libro “La desconexión” publicado en 1988. La desconexión consiste en una serie de propuestas acerca de la necesidad de que los países dependientes que el denomina periféricos, se "desconecten" del sistema capitalista mundial. Esta necesidad de desconectarse no la plantea Amin en términos de autarquía, sino cómo necesidad de abandonar los valores que parecen estar dados naturalmente por el capitalismo, para lograr poner de pie un internacionalismo de los pueblos que luche exitosamente contra este. La necesidad de desconexión es el lógico resultado político del carácter desigual del desarrollo capitalista, pero también la desconexión es una condición necesaria para cualquier avance socialista, tanto en el Norte como en el Sur.

Si contrastamos la proposición de Amin con el fortalecimiento de instancias regionales como el ALBA y otras iniciativas similares que robustecen la capacidad de negociación de los pueblos, podemos valorar en toda su pertinencia las iniciativas que viene promoviendo nuestro líder y presidente, el comandante Hugo Chávez Frías.

Pese a la crisis o quizá gracias a ella, nuestro es el futuro si sabemos construir la unidad, si las aspiraciones hegemónicas o el simple miedo al cambio de algunos, sabiamente alimentado por el Imperio, no alcanzan a fracturar la unidad de Nuestra América que hemos venido construyendo pacientemente en la última década.

Amanecerá y veremos…


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