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HONDURAS - Entre la retirada del Estado y el reino de la muerte

Ollantay Itzamná

Lunes 4 de octubre de 2010, puesto en línea por Jubenal Quispe

Desde hace algún tiempo atrás, el asesinato y la masacre violenta se apoderan del país. No existe un solo día que los diarios y noticiarios no nos anuncien noticias policiales de decenas de asesinatos. Sí. Decenas. Somos uno de los países del planeta donde más asesinatos violentos se cometen. Como sociedad estamos acostumbrándonos al nauseabundo olor de la muerte. No sólo son el Estado, el narcotráfico, las maras, o los sicarios, quienes matan, sino nosotros “arreglamos las cuentas pendientes” a balas.

¿Qué ocurrió con Honduras para que se hundiera en esta vorágine de la violencia fratricida del cual muy difícilmente podrá salir? Las clásicas teorías sociales nos explicaban que sociedades con historiales de guerras internas engendran descendientes socialmente resentidos y violentos, pero Honduras no tiene el historial de guerrillas de El Salvador, Nicaragua o Guatemala. Pero, ni estas sociedades son tan violentas como la nuestra.

¿Será que por una causa misteriosa la psicología hondureña dio el salto de la amabilidad colectiva hacia la demencia y la locura social? Ud. me dirá: no todos somos asesinos. Pero, las y los hondureños que jalan el gatillo a mansalva, muchas veces, luego de haberlo planificado, no son extraterrestres. Éste ejército de la muerte, que crece incontenible, son hijos/as nuestros. Nosotros los criamos, y los permitimos sin inmutarnos. Son nuestro reflejo como sociedad.

No creo que la demencia colectiva esté carcomiendo las bases y estructuras de nuestra sociedad. No creo que el sádico sentimiento asesino esté apoderándose de la estructura psicológica de las y los hondureños. Nuestra sociedad continúa hospitalaria y amable con propios y extraños. Aunque nuestra indiferencia ante las matanzas cotidianas sí es evidente.

Honduras ha sido condenada al sistemático empobrecimiento. Casi como ningún otro país del continente. Este empobrecimiento es y ha sido la peor violencia en la que hemos crecido y convivido en el país. El adagio dice: la violencia engendre violencia. Allí tenemos una explicación. Ud. dirá, Haití, Bolivia, son tan empobrecidos como Honduras, pero allí no hay tantas matanzas.

Pues, otra desgracia que soporta Honduras es que el Estado jamás se ha consolidado como tal en el país. En lugar de buscar el bien común de todos/as, el Estado se convirtió en la corrupta policía para defender a los que empobrecen y empobrecieron impunemente al país. Por eso, el Estado jamás tuvo autoridad en el país. Y al no tener autoridad para gobernar, recurre a la masacre contra los y los civiles que exigen sus derechos. En otros países empobrecidos, por lo menos las élites consolidaron un Estado con mediana autoridad. En Honduras, ante la ausencia del Estado, el reino de la muerte se impone como el único modo posible de subsistencia.

En Honduras, una persona puede tener legalmente hasta cinco armas de fuego. En pocos lugares ocurre esa permisividad. Entonces, como no hay Estado, y el empobrecimiento genera inseguridad, es lógico que la gente se arme y “arregle sus cuentas pendientes” a balas, porque desconfía del sistema judicial del Estado policial. En un país con un Estado ilusorio, el narcotráfico, el sicariato importado por terratenientes y empresarios, las maras, hacen su paraíso.

Pero, también está la condición moral. El o la asesina tiene que vencer esa barrera misteriosa, en el fuero interno, que separa la vida y la muerte. El acto de matar, necesariamente refleja la estructura de valores que profesa y practica el individuo. El asesinar es un acto que manifiesta la moral privada y la moral pública que una sociedad practica. Allí nuevamente la pregunta es para las familias y la sociedad hondureña. ¿Qué valores promovemos en las familias? ¿De qué nos hablan en las iglesias? ¿De qué nos habla la TV? Quizás, las y los hondureños somos “muy” cristianos en la moral privada, pero indiferentes con la moral pública.

El país ha ingresado al fatídico remolino de la muerte. Esto refleja la galopante desintegración social que sufre Honduras producto del empobrecimiento violento y de la ausencia de un Estado con autoridad (no con más poder, el poder es para matar, la autoridad para es persuadir y prevenir). Pero también es responsabilidad política y moral nuestra. No somos sólo producto de la sociedad, sino también somos constructores de la sociedad en la que convivimos. La indignación y la protesta ante tanta muerte que nos inunda son los primeros actos de defensa frente al monstruo del thanatos que ahora viene por Ud. y por mí.

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