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Muerte de Ernesto Sábato y Primero de Mayo

Adiós, maestro

Miguel Guaglianone

Domingo 8 de mayo de 2011, puesto en línea por Barómetro Internacional, Miguel Guaglianone

En el momento que estábamos intentando escribir algo sobre el Primero de mayo, tratando de reivindicar su sentido más que de festejo, de fecha de lucha y resistencia, un balde de agua fría nos cambió totalmente el tema. Una vez más la muerte y la ausencia nos llegan envueltas en la frialdad informativa. “A los 99 años muere el escritor argentino Ernesto Sábato”.

Luego de una larga y muy fructífera vida, uno de los hombres más destacados entre los pensadores y artistas de nuestra América Latina nos abandona y nos deja un vacío en la conciencia colectiva, solamente compensado por su extraordinaria obra, por la suma de sus haceres y por su condición privilegiada de testigo y protagonista de nuestra convulsionada época.

Aunque quizás sea más conocido a nivel público por su obra literaria, o por su condición de presidente de la Comisión de la Verdad que produjo en la Argentina posdictadura el informe Nunca Más (conocido también como Informe Sábato), este hombre extraordinario antes de ser artista y filósofo, fue también un destacado científico. Creo que no mucha gente conoce esa historia en la cual, luego de haber llegado al más alto nivel en la ciencia en su época (trabajó en París con los Curie y en el MIT, además de en la Universidad de la Plata; e investigó en Matemáticas, Teoría Cuántica, Relatividad y Rayos Cósmicos) renunció total y completamente a la ciencia, para dedicarse con toda su alma al Arte y al oscuro mundo de su intuición. En alguna de sus obras cuenta que aún cuando trabajaba en el día en el Instituto Curie, por las noches compartía la bohemia y el desenfreno con los surrealistas, quizás ya desde allí estuviera marcado su destino en la literatura y la pintura.

Siendo muy joven conocí primero su obra literaria con El Túnel. El intenso y angustiante periplo del pintor y la desesperación de su mundo interior cuyo amor lo lleva hasta asesinar a su amada, me conmovieron profundamente. Pero cuando de allí salté a Sobre Hombres y Tumbas, su otra gran novela, y me encontré con el Informe de Ciegos, el impacto fue aún mayor. Acceder a ese oscuro y delirante submundo —que posteriormente solo he visto reflejado en castellano en algún cuento de Onetti o en los exaltados relatos de Isidore Ducasse (el Conde de Lautréamont)— constituyó una experiencia interior que marcó el resto de mi vida.

Quizás lo que me ha hecho considerarlo siempre como un Maestro, además de una cierta identificación con su proceso interno de haber comprendido que el frío y abstracto mundo de la razón (un seguro útero que nos puede proporcionar la ciencia) está muy alejado de la realidad concreta de la vida; haya sido esa claridad de pensamiento y perspectiva, que mucho más tarde he identificado con la de aquellos que de alguna manera han podido desarrollar conjuntamente las dos visiones que nuestra mente nos proporciona (la racional y la intuitiva) y que la educación tradicional separa y mutila. Aunque Sábato renunció a la ciencia para siempre, nunca abandonó la claridad de raciocinio que le proporcionó su formación primera, la que pudo combinar magistralmente con las verdades profundas de su intuición y de sus fantasmas.

Este enfoque le permitió, en los años 50 escribir una pequeña obra fundamental: Hombres y Engranajes. Allí, intentando explicar su alejamiento de la Ciencia y su acercamiento al Arte, dejó sentadas algunas reflexiones que creo constituyen un hito fundamental para la comprensión de la crisis nuestra época. Transcribo algunas de ellas:

“Esta crisis no es sólo la crisis del sistema capitalista: es el fin de toda esa concepción de la vida y del hombre, que surgió en Occidente con el Renacimiento. Tal como Berdiaeff advirtió, el Renacimiento se pro¬dujo mediante tres paradojas… que no son sino aspectos de una sola y gigantesca pa¬radoja: la deshumanización de la humanidad. Esta paradoja, cuyas últimas y más trágicas consecuen¬cias padecemos en la actualidad, fue el resultado de dos fuerzas dinámicas y amorales: el dinero y la razón. Con ellas, el hombre conquista el poder secular. Pero —y ahí está la raíz de la paradoja— esa conquista se hace me¬diante la abstracción: desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo ha sido también la historia de las sucesivas abstracciones. El capitalismo moderno y la ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad desposeída de atributos con¬cretos, de una abstracta fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e individual sino el hombre—masa, ese extraño ser toda¬vía con aspecto humano, con ojos y llanto, voz y emo¬ciones, pero en verdad engranaje de una gigantesca ma¬quinaria anónima.”

Sábato fue un hombre que combinó el pensamiento y la acción, desde muy joven militó primero en el Partido Comunista y luego fue desarrollando una perspectiva política humanista, que fue definiendo así:

“La formidable crisis del hombre, esta crisis total, está sirviendo al menos para reconsiderar los modelos. Y no es casualidad que en diferentes partes del mundo empiece a reivindicarse otro tipo de socialismo, más cercano a aquel que preconizaba Proudhon, o al que en nuestros tiempos han sostenido espíritus nobles y lúcidos como Mounier, entre los cristianos y Bertrand Russell, entre los agnósticos. [...] Un socialismo que respete la persona, que termine con la alienación y la sociedad de consumo, que termine con la miseria física pero también con la espiritual, que ponga la técnica y la ciencia al servicio del hombre y no, como está sucediendo, el hombre al servicio de aquellas. Un socialismo descentralizado que evite los pavorosos males del superestado, de la policía secreta y de los campos de concentración [...]”

“Aunque fui comunista activista, el anarquismo siempre me ha parecido una vía de conseguir justicia social con libertad plena. Y valoro el cristianismo del Evangelio. Este siglo es atroz y va a terminar atrozmente. Lo único que puede salvarlo es volver al pensamiento poético, a ese anarquismo social, y al arte.”

Aunque en algún momento de sus últimos años pueda reprochársele haber profesado una cierta aceptación de la “teoría de los dos demonios” (la que intenta justificar la monstruosidad de la persecución, la tortura, la muerte y la desaparición; como una consecuencia de las acciones de quienes se rebelaron), creo que ella pudo estar originada en el horror que Sábato sentía ante la violencia y todas sus consecuencias. Y aunque así no lo fuera creemos que esta opinión no invalida toda una vida dedicada a promover lo mejor del ser humano y a condenar su lado oscuro, además de a generar obras de arte y reflexiones filosóficas fundamentales.

Finalmente, cerramos esta apresurada semblanza y saludo final a un Maestro, con sus propias palabras referidas al día Primero de Mayo, que encontramos hojeando uno de sus libros para escribir esta nota.

“… recuerdo las manifestaciones del primero de mayo, un conjunción de protesta y a la vez de profunda tristeza por los Mártires de Chicago. Eterno funeral por modestos héroes, obreros que lucharon por ocho horas de trabajo y que luego fueron condenados a muerte: Albert Parsons, Adolf Fisher, George Engel, August Spies y Louis Lingg, el de veintitrés años que se mató haciendo estallar un tubito de fulminato de mercurio en su boca. Los cuatro restantes fueron ahorcados. Posteriormente la investigación probó que eran inocentes de la bomba arrojada contra la policía. Estos obreros declararon estar orgullosos de su lucha por la justicia social y denunciaron a los jueces y el sistema del cual éstos eran típicos representantes. Hasta el último momento no renegaron de sus convicciones….


miguelguaglianone[AT]gmail.com

Notas

Ernesto Sábato, Hombres y Engranajes, Alianza Editorial, Madrid 1973, pág.17
Entrevista de Eduardo Gudiño a Ernesto Sábato, revista Libro Elegido Editorial Atlántida, febrero-marzo 1976
Diario El País, Madrid, 09­04­1992
Ernesto Sábato, Antes del Fin, Seix Barral, Barcelona, 2002, pág.52

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