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CHILE - La Polar: las paradojas del (des)control

Iskra Pavez Soto

Lunes 4 de julio de 2011, puesto en línea por Iskra Pavez

“Todo lo que sube tiene que caer” sentencia un conocido refrán popular. Así se podría resumir lo recientemente ocurrido en el caso La Polar. El éxito de esta empresa era uno de los íconos del crecimiento económico chileno basado en un mayor acceso al consumo, especialmente para los sectores sociales históricamente excluidos en nuestro país. Sin embargo, la ambición de unos pocos llevó a la ruina de casi medio millón de personas –junto a sus respectivas familias– constituyendo uno de los peores escándalos del sistema financiero nacional durante los últimos años.

El éxito del secreto de La Polar –según Pablo Alcalde, el aclamado ex gerente general– consistía en saber todo acerca de sus clientes: sus gustos, sus motivaciones, sus miedos, sus rutinas… El principal activo de la empresa era “la confianza de la familia chilena en La Polar, que produce un vínculo casi espiritual con el cliente”. Estas reveladoras declaraciones demuestran que las empresas intentan conocer la subjetividad y desarrollar una especie de control invisible sobre la vida privada e íntima de cada cual respecto a sus deseos, sueños, gustos y disgustos. Y efectivamente, a través del crédito y el consumo, muchas familias chilenas sintieron que La Polar –y por extensión, las otras casas comerciales y los Malls donde se ubican– son lugares donde encontraban comprensión y satisfacción a sus necesidades más personales.

Pero, el llamado milagro económico de La Polar se benefició no solo de la confianza de sus clientes, sino especialmente de “la mano invisible” de Smith, dogmáticamente vigente en el mercado económico chileno. Es decir, por la falta de regulación estatal. Este caso –junto a otros emblemáticos, como la colusión de las farmacias– demuestra la necesidad imperiosa y ética de debatir, diseñar e implementar urgentemente mecanismos de control en el sistema financiero chileno por parte de las instituciones del Estado. Pero, no nos engañemos. El argumento esgrimido generalmente para no aumentar los poderes de parte del Estado alude a la supuesta ineficiencia estatal. No obstante, de acuerdo a Joseph Stiglitz –Premio Nobel de Economía 2001–, en la práctica las empresas privadas tampoco logran ser más eficientes en la entrega de bienes y servicios de calidad a las personas, ya que siguen su interés financiero primordialmente por sobre el interés público. Los recientes sucesos avalan esta crítica.

Sabemos que el exitoso modelo económico chileno se ha sustentado históricamente en la disminución del accionar del Estado y la creciente privatización de sus servicios públicos como la salud, la educación, la seguridad social o la energía. Justamente, áreas donde la sociedad civil comienza a exigir mayor control de parte del Estado, ya que son cruciales para el bienestar humano y el desarrollo económico del país. En otras palabras, la sociedad civil está demandando la elaboración de políticas públicas integrales que estén a la altura del país que decimos ser.

Paradojalmente el Estado chileno ejerce mayor control sobre otros ámbitos de la vida de las personas. Lo que Foucault denomina la gestión de la biopolítica. Por ejemplo, en el ámbito de los derechos humanos relativos a la reproducción y la sexualidad. Por un lado, el movimiento de las minorías sexuales reclama igualdad en las uniones civiles, el matrimonio, la identidad sexual o la herencia. Por otro lado, el movimiento feminista apela al derecho de las mujeres a decidir deliberadamente sobre los métodos anticonceptivos, la interrupción voluntaria del embarazo y la protección efectiva de la violencia de género. Por último, también surge un lento y marginal debate público sobre la libertad de las niñas, los niños y adolescentes para disponer de sus propios cuerpos, expresado en la emergencia de crecientes subculturas infantiles y juveniles. En suma, la actual sociedad chilena quiere menos control público sobre sus vidas privadas y mayor responsabilidad estatal sobre los verdaderos tema-país como la economía, la educación, la salud o la energía.

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