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PERÚ - Al pan, pan, y al vino, vino

Javier Diez Canseco, La República

Jueves 14 de julio de 2011, puesto en línea por Gladys Fernández, Javier Diez Canseco

11 de julio de 2011 - La República - El reciente viaje de Alexis Humala en Rusia constituye un delicado y grave incidente político que no solo empañó la visita del presidente electo a los EEUU, sino abrió un intenso debate, marcado por malestar y preocupación, al conocerse algunas de las características del viaje. Al informarme inicialmente del viaje por la prensa, supuse que se podría tratar de un encargo partidario para hacer un gesto de invitación especial a una de las economías emergentes que –junto con Brasil, India y China– ayudan a mover la economía mundial. Parecía coherente con el esfuerzo de diplomacia multilateral que Gana Perú ha planteado. Pero luego, fue claro que no representaba partidariamente al presidente electo ante el Estado o empresa alguna, conforme lo aclaró un comunicado de Ollanta Humala. Ello y la agenda de la visita cambiaban el panorama.

Todo indica que Alexis Humala organizó su viaje valiéndose de su calidad de hermano del presidente electo. Los comunicados rusos lo presentaron como delegado de éste y transmiten que sostuvo tratativas con la Cancillería, empresas de gas, pesca y turismo. A Alan García no le parece mal, pero muchos –incluido el presidente electo– pensamos distinto, razón por la cual se le ha suspendido en sus funciones partidarias y se le ha abierto un proceso disciplinario y ético que deberá proceder a la brevedad. A muchos nos parece que el comportamiento de Alexis Humala indicaría, por lo menos, un aprovechamiento indebido del poder político que se instalará el 28 de julio. El proceso deberá definir una sanción clara y ejemplar, un mensaje de cómo se manejará la cosa pública.

Sin duda, las circunstancias también evidencian la necesidad de un manejo institucional y orgánico más articulado de Gana Perú, coalición política de fuerzas y personalidades que tiene como fuerza central al PNP. La reacción de Ollanta Humala, sin precedentes, es un mensaje positivo para el país. Revela una disposición a poner reglas de juego que son imprescindibles. Por un lado, que gobierno y familia son dos cosas distintas, y, por otro, que la función pública no puede ni debe mezclarse con intereses personales. Usar el poder político otorgado sin distinguir los intereses personales o hacerlo en provecho personal es patrimonialismo y configura diversas figuras delictivas.

Pero hasta hoy, estos manejos han pasado por agua tibia. ¿Olvidamos ya que cuando las hermanas de Fujimori fueron acusadas por la primera dama de mal uso de las donaciones japonesas no les pasó nada y quien terminó en las carceletas de institutos armados y luego expulsada de Palacio fue Susana Higuchi? ¿Y la impune embajada de Aritomi y Rosa Fujimori en Japón por años, sacando recursos mal habidos del país y prófugos hasta hoy?

¿Ya perdió el recuerdo el analista político que hoy se rasga las vestiduras con la versión de que Ollanta Humala miente y que está tras el viaje a Rusia –a pesar de las medidas adoptadas sobre el caso Alexis– de su papel en la persistente negación de la paternidad de la hija de un Presidente? Ni qué decir del rey de los faenones que considera que no hay nada malo en esta forma de manejar vínculos con empresas por parte del entorno presidencial o del ex ministro de Justicia que movió el indulto a Crousillat y hoy denuncia usurpación de funciones. Nada se hizo anteriormente que se asemejara a la reacción actual frente a un hecho que no debe pasarse por alto.

Los mismos sectores de la prensa que impusieron la guerra sucia contra Ollanta Humala durante esta campaña ahora pretenden hacerlo responsable de la inconducta de un hermano que él mismo ha desautorizado, en lugar de encubrir. Ignorar que esta es una nueva actitud, que el mismo presidente electo pudo haber manejado las cosas de otra manera, sin la transparencia con que lo hizo, dándole un mensaje al país, pretende negarle la oportunidad de demostrar que un manejo distinto de las cosas está en curso.

Este parece ser un signo de los tiempos. Sin embargo, tendrá un aspecto positivo: obligar al gobierno entrante a demostrar en los hechos que se abren nuevos tiempos y nuevos estilos.


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