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Breves notas sobre la escatologización de la Soberanía (O algunas consideraciones antes de la intervención en Siria)

La guerra gestacional

Rodrigo Karmy Bolton

Lunes 2 de septiembre de 2013, puesto en línea por Claudia Casal

“El tiempo estaba amaneciendo fuera del tiempo y eso que llaman patria se sentaba al filo de la hora, a punto de despeñarse.” - Adonis, “Este es mi nombre”.

Agosto de 2013 - Revista Hoja de Ruta - 1.- Los conflictos políticos actuales son batallas por la normalización. Lejos quedó la épica, los antiguos soldados volviendo a sus ciudades, el enfrentamiento de ejércitos regulares. Hoy, la estrategia no es más que la normalización de las poblaciones que se ejecutará en al forma de lo que en este escrito calificaremos como una guerra gestional.

La escena que una película como Batman de Christopher Nolan nos ofrece es la siguiente: los herederos de la vieja Liga de las Sombras (de un tal R´as Al Gul cuyo nombre árabe no puede pasar desapercibido) vuelven a invadir ciudad Gótica. Ingresan violentamente en la bolsa de la ciudad y lo primero que hacen es destruir la pantalla en la que aparecen números de las transacciones bursátiles. Una vez capturada la información bursátil, la Liga apresa a los policías de la ciudad así como también a Batman a quien se le saca la máscara descubriéndole como Bruce Wayne, el excelentísimo y singular millonario.

En medio de la crisis de la ciudad Gótica con todas las acciones de Wayne perdidas, los policías prisioneros y Batman condenado en un calabozo situado en medio del desierto que rodea a la ciudad, los cercanos a Wayne se hacen una pregunta decisiva: ¿será necesario que llamemos a las otras ciudades para que nos ayuden? Y la respuesta es inmediata: no. A partir de ahí, la película juega un movimiento a través del cual las acciones de Wayne, la bolsa de ciudad Gótica y los policías son completamente restituidos a su condición originaria. En suma, Batman vuelve y reestablece el orden de la ciudad.

No deja de ser curiosa la pregunta que se formula explícitamente en la película, puesto que podríamos jugar con ella y formularla de la siguiente manera: si los EEUU vivieran la situación de Irak, es decir, si los “orientales” se tomaran el poder clausurando el capitalismo financiero, destruyendo el orden policial e instituyendo tribunales populares, ¿tendría que ser intervenido? Y la respuesta que Nolan ofrece es no: EEUU no puede ser intervenido pues él es el interviniente. No necesita de nadie (“EEUU no tiene amigos, sólo tiene intereses”) y por eso, Batman (y los superhéroes en general) no son más que la figura de la soberanía allí donde ésta sigue apelando a la facticidad que Carl Schmitt había definido como: “soberano es quien decide sobre el estado de excepción” [1].

En cuanto ejercicio de la soberanía, Batman –que teológicamente remite a una figura propiamente angélica en tanto cumple órdenes- se asienta en una topología muy singular: está dentro y fuera e la ley, actúa en las sombras como Batman y en la luz como Bruce Wayne. Dos caras de un mismo dispositivo: Batman-Wayne, la sombra y la luz, el exterior y el interior. Y, como todo ángel no sólo está alado, sino que además, asume una función ministerial muy precisa, a saber, gestionar a la población de la ciudad. Así, la soberanía ejercida por Batman tiene por objetivo la restitución del “orden” que no es otro que el del capitalismo financiero y, por eso, el ejercicio soberano se despliega desde un marco propiamente económico-gestional y ya no simplemente estatal. De hecho, Batman está por sobre el Estado toda vez que él pertenecen los pobres policías que siempre quedan en ridículo frente a los poderes del “mal”.

Pero, para comprender a Batman como aquella soberanía de corte económico-gestional enteramente destinada a convertirse en el verdadero brazo armado de los capitales de Wayne (como lo será Ironman respecto de Stark), es preciso reconducir nuestro análisis a una figura clave en la historia de los EEUU: el sheriff. En efecto, éste no es más que un “comisario” que, por serlo, nos remite a la antigua figura del dictador romano cuyo ejercicio podía ser definido por el propio Schmitt como el de una “dictadura comisarial” en virtud de su carácter restitutivo, no fundacional y temporal. Pero, entre el “dictador comisarial” romano y el sheriff estadounidense se ha producido una transmutación: el primero lleva consigo el problema de la gestión pero orientada su a la restitución del orden jurídico de corte jurídico-estatal; en cambio, el segundo precipita la dimensión gestional del primero para restituir un orden jurídico de corte económico-gestional. Esa transmutación pone en escena a un nuevo personaje que, en la época moderna, progresivamente se hará cargo del dispositivo soberanía: la policía. El sheriff es precisamente eso, un policía. Como tal, su objetivo se enmarca esencialmente en la gestión de las poblaciones.

2.- La figura de Batman nos permite ver que en la actualidad la estructura paradójica con la cual Schmitt piensa la soberanía se mantiene incólume, pero ahora precipitando su tendencia gestional. Así, como ya varios teóricos han hecho notar, en la época contemporánea la soberanía sigue operando, pero ya no enclavada en la forma propiamente política del Estado-nacional, sino en la forma gubernamental de la economía global. A esta luz, la soberanía sigue siendo lo que ha sido siempre, a saber, la hipérbole de la acumulación basada en la explotación del trabajo humano colectivo, el punto quiasmático a través del cual se despliega el capital.

Sin embargo, a diferencia de los tiempos de Marx en que aún se podía visualizar una diferencia entre la economía y la política (seguramente Schmitt es el último teórico en intentar esa diferencia), la deriva contemporánea ha situado a la economía como un verdadero paradigma político. Es decir, la economía constituye el lugar de la decisión soberana y, por lo tanto, define de otro modo el carácter de la guerra. Porque si la guerra fue siempre la sombra de toda soberanía, hoy, cuando ésta se despliega escatológicamente en la forma de la economía neoliberal, necesariamente ha de redefinir lo que se entiende por guerra. Y si cuando la soberanía aún prodigaba de la forma Estado la guerra se circunscribía a la dimensión estrictamente inter-estatal, hoy ésta se emancipa en la forma de lo que, a falta de un mejor término, llamaré guerra gestional [2].

Batman despliega una guerra gestional. Y ésta parece configurarse en la forma de lo que Badiou ha identificado como la incapacidad de constituir un presente [3]. Esto, porque la perpetuación de la duración indefinida no es más que la característica que define a la circulación misma del capital. La guerra dura porque dura el capital. La guerra es dura por su dura-ción indefinida, asintótica, infinita. En efecto, a esa estructura (a) temporal de la guerra gestional contemporánea George W. Bush le dio un nombre apasionante: “justicia infinita”. Con esta justicia, los justicieros se garantizan a sí mismos, el estar persiguiendo al mal por toda la eternidad. Así, la diferencia entre guerra y paz que había sido definida desde el tratado de westfalia en 1648 y respecto del cual tanto Hobbes como Rousseau eran filosóficamente leales, es completamente quebrantada. Más precisamente: se podría decir que si las guerras estatales de corte westfaliano aún se basaban en la conquista del territorio en función de su ocupación, las guerras gestionales se proyectan en función de ejercer un poder de normalización. Hoy se trata de normalizar y no de conquistar: “(...) habrá un señalamiento –escribía Michel Foucault en 1978- de lo normal y lo anormal, un señalamiento de las diferentes curvas de normalidad, y la operación de normalización consistirá en hacer interactuar esas diferentes atribuciones de normalidad y procurar que las más desfavorables se asimilen a las más favorables.” [4]. Si bien para Foucault el problema de la normalización constituía el horizonte último al que serían conducidas las sociedades occidentales, dicha racionalidad se articula también como la nueva estrategia propia de la guerra gestional en la cual, el discurso de la politología cumplirá análogo papel en el campo de las relaciones internacionales que la psiquiatría en el campo de los individuos: cuando un pueblo no se ajusta a las “diferentes atribuciones” de normalidad que sitúan como modelo al goverment by consent en el que los términos de “gobernabilidad”, estabilidad”, “democracia” actúan como “diferentes atribuciones de normalidad” que tendrá como efecto la puesta en juego de la “intervención”. Así, el despliegue gestional de la guerra contemporánea producirá efectos de normalización de la vida política de los pueblos a partir de los cuales el término “guerra preventiva” resulta del todo sintomático: el término jurídico “guerra” se adjetiva con el término biomédico “preventivo”. Con ello, el cruce contemporáneo entre lo jurídico y lo biomédico constituirá el doblez sobre el que se asienta el despliegue de la nueva soberanía gestional y su nueva “guerra”.

3.- Que la intervención a un país árabe pueda decidirse hoy a partir de una operación policial orientada a examinar si acaso hubo o no “armas de destrucción masiva” (Irak) o si hoy habrá o no uso de “armas químicas” (Siria) define al modus operandi de la guerra gestional contemporánea. Mucho más relevante que contestar la pregunta acerca de si se interviene o no en Siria (hoy EEUU ha estado interviniendo descaradamente en la situación Siria enviando armas a los rebeldes a través de Arabia Saudí y Qatar), es preguntarse cómo es que se han podido constituir las formas imperiales de la actual guerra gestional.

La conclusión que ensayamos aquí, es que ello indica una transmutación radical en el que el dispositivo soberano ha pasado de actuar como una fuerza frenante (lo que Carl Schmitt denominaba katechón) a una fuerza que se consuma a nivel global borrando toda frontera (lo que podremos llamar la asunción del eschatón). De este modo, la guerra gestional contemporánea daría cuenta de una verdadera escatologización de la soberanía en que, a diferencia de su forma anterior, orientada a la contención y defensa de las fronteras exteriores, ésta se despliega hacia liberación la y re-articulación y flexibilización de toda frontera interna.

Ello implica que si bien el proceso de escatologización soberana se apoya en el antiguo modelo katechóntico, lo supera irremediablemente no sólo porque destraba las antiguas fronteras que diferenciaban al enemigo de los amigos, sino porque también rearticula nuevas fronteras de corte económico que funcionan de modo flexible. En este último sentido, baste mencionar la imposibilidad de distinguir entre primer y tercer mundo en el modo en que se produce y distribuyen los focos de la “extrema pobreza”, así como también, las inquietantes lógicas con las que se administra el flujo migratorio a nivel global. El proceso de escatologización de la soberanía tiene como figura central la caída del Muro de Berlín. Esta caída constituye su acontecimiento central, una caída que consumó su maquinaria y, definitivamente, propició su emancipación global allí donde barría con la antigua égida katechóntica y la superaba por la “liberadora” razón escatológica que se tramitará globalmente en lo que David Harvey ha denominado la hipérbole del capital financiero.

4.- La escatologización soberana en la que se inscribe la guerra gestional contemporánea orientada a la normalización de la vida política en función del paradigma de la razón neoliberal, quizás comporte tres momentos diferenciados al interior de su propio despliegue.

a) Un primer momento, que lo calificaría con el término triunfo, tiene lugar, a finales de los años 80 cuando el Muro de Berlín se desploma, así como también, como un juego de naipes, la totalidad de las repúblicas socialistas. El triunfo es la época en que la tesis hegelo-kojeviana encuentra interpretación en los intelectuales neoliberales como Francis Fukuyama, según el cual, la democracia neoliberal constituiría el final de la historia. EEUU se proyecta así, como el final del télos histórico de la humanidad y como única potencia capaz de ordenar al mundo. Dos hitos vienen a confirmar dicho triunfo: en primer lugar, la invasión a Panamá en función del derrocamiento de Noriega acusado de tráfico de drogas; en segundo lugar, el desencadenamiento de la Guerra del Golfo en 1991 que, como un efecto, de la otrora guerra Irán-Irak, EEUU se posiciona a través del establecimiento de alianzas diversas tanto con otros países como con las más importantes instituciones supranacionales (OTAN, ONU). Con ello, los EEUU se asoman al mundo triunfalmente como el único y absoluto amo. Lo Uno sin lo múltiple, lo Uno para lo Uno, exclusivamente. EEUU comienza a actuar globalmente desde un “paradigma monárquico”.

b) Un segundo momento, lo caracterizaré bajo el término terror. Este habría comenzado a tener lugar desde finales de la administración Clinton (finales de los años 90), pero encuentra su paroxismo el año 2001 con el atentado al World Trade Center. A partir de ahí, la administración Bush hijo consumará el “paradigma monárquico” al ejercer la excepción mundial bajo el precepto: “o se está con nosotros o se está contra nosotros”. Así, el “paradigma monárquico” que había comenzado a funcionar desde 1991 en la época de su triunfo, comienza a tramitarse como un poder puramente excepcional que proyectaba a EEUU como un poder unipolar que ejercía sus derechos con independencia de cualquier tipo de alianza con instituciones supranacionales. En particular, me parece que la alianza con Europa aquí se corta parcialmente así como también la estrategia estadounidense habría que leerla como un intento de desarticular políticamente a Europa, reduciéndola a una dimensión estrictamente económica y así reservar el derecho a la “decisión” sobre la excepción a los EEUU. Esa desarticulación política de Europa quizás tuvo a la segunda Guerra del Golfo del año 2003 como su arma más prominente y a la fallida intervención en Afganistán como el síntoma de su transmutación. El paradigma “monárquico” ya no podía sostenerse, de ahí la hipérbole excepcionalista que le caracterizó.

c) Un tercer momento que sería el que estamos viviendo actualmente y que podríamos llamar el de la rebelión que habría tenido lugar desde las revueltas árabes en 2011, pero que ya el Pentágono marcaba la pauta de una nueva táctica política de los EEUU denominada “El Nuevo Medio Oriente” que obedecerá no ya a un “paradigma monárquico” sino a un nuevo “paradigma oligárquico” que se sostiene en la idea de que la única forma de mantener las posiciones hegemónicas en el globo es a partir del establecimiento de alianzas con actores regionales. Así, por ejemplo, la intervención en Libia no vio desfilar tropas estadounidenses por las calles de Trípoli, pero sí tropas europeas e instituciones árabes (la Liga árabe) que, coordinados por EEUU, ejercieron sus fuerzas para el derrocamiento de Gadhafi.

Asimismo, el problema en Egipto tiene como uno de sus nudos más importantes el soporte financiero (más de 1500 millones de dólares anuales) que EEUU provee al ejército egipcio para cooptarlo e impedir que éste deslice su nacionalismo e interpele a la hegemonía israelí. La rebelión árabe ha intentado ser cooptada, pero no se ha logrado del todo. Porque es la misma revuelta la que inaugura y obliga a poner en juego al nuevo “paradigma oligárquico”. Las revueltas son la fuerza que intenta una y otra vez, restarse de los efectos normalizadores de la guerra gestional y, precisamente por eso, es la fuerza que ha logrado interrumpir hasta un cierto punto al proceso de escatologización soberana.

Y, por esta razón, hoy asistimos a un proceso de “Restauración” de dicha escatologización en la que las fuerzas globales con las que opera la nueva soberanía, intenta normalizar a la revuelta o bien a partir de una política de shock o bien, a través de los bien pensantes politólogos que van a vender su paradigma “transitológico” para gestar un nuevo goverment by consent [5]. Pero, si bien la revuelta no ha dejado de interrumpir el proceso de escatologización de la guerra gestional, qué fuerza triunfe (si la soberanía escatológica o la revuelta) aún no está decidida. Estamos en medio de un conflicto que, por sobre todas las cosas, nos exige imaginar de otra forma nuestra vida en común.


Revista Hoja de Ruta, Nº 43, Agosto de 2013

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[1Carl Schmitt, Teología Política

[2Michel Foucault Nacimiento de la biopolítica

[3Alain Badiou Filosofía del presente, p. 20

[4Seguridad, territorio, Población, pp. 83-84.

[5Me refiero a Sergio Bitar y Genaro Arriagada quienes en 2011 viajaron a Egipto a enseñar el modelo transicional chileno. Sin comentarios

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