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El ballet de los amantes invisibles

Andrés Bianque

Miércoles 22 de octubre de 2008, puesto en línea por Andrés Bianque Squadracci

Definido de una forma sencilla, la danza clásica o el ballet es una forma de contar una historia determinada utilizando el movimiento del cuerpo.
Su ejecución requiere una temprana práctica en aquellos que lo realizan. Especialmente si se quiere ejecutar un Tour en l’air triple ó un Entrechat por ejemplo.

El ballet, si se quiere, si se siente, si se proyecta más allá de un espacio determinado, más allá de los espejos y los maderos, es una forma de derrotar a la muerte y honrar la vida.

Sí lo piensas con calma son pasos que atraviesan el tiempo y el espacio, son saltos que vencen las vallas del rencor, son tijeras de ligamentos que cortan la penunbra en trazos luminosos, compases que caminan de la mano al ritmo del agua.
Son manos que arrancan los barrotes donde duermen escondidos esos niños que tan hábilmente hemos encerrado.

Mientras tanto, en un lugar de nadie, anónimante escondido extiende los brazos entre bambalinas oscuras. La luz espera callada, aún no amanece sobre el gran escenario. Puertas, telones y portones se abren pesados, aguardando su entrada magistral.
Contrae los brazos como en saludo de remos óseos y comienza lentamente a avanzar. Un paso, dos pasos. Un suave adagio comienza a emerger por entre las sombras.
Las venas preparan un té sanguíneo para entibiar sus manos entumecidas. Cierto pesado adoquín se instala sobre el nido de su pecho, losa inamovible pero suavizada y amaestrada con el andar del tiempo.

Luego vienen dos pasos más, luego tres, y sin más preludios ya está instalado sobre el teatro del mundo.

Un tambor de ruedas metálicas viene orquestando desde antes su presencia. Corre por entre las avenidas la hélice popular domesticada para tales eventos.

Lleva las manos firmemente agarradas al pasamano del carretón, barandilla afinada con el acorde diario de sus dedos de mármol ceniciento.

Carreta sin caballos, ni burros, ni bueyes, ni reyes.

El balance perfecto, la brújula maestra adosada a su pecho, a sus pechos. Los hombros son dos engranajes que se mueven precisos, certeros y perfectos al compás de las manivelas de los brazos. La carga insiste en arrojarlo contra las copas de los árboles, otras, insiste en hundirlo como un clavo de ligamentos sobre el suelo.

Ducho en la lucha contra esta mole indiferente, no le cuesta mucho domesticar este párrafo de fierros, palos, ruedas y tuercas.

Y de pronto, un salto pequeño pero infinito. Eleva el tronco majestuoso desafiando el viento y la mañana. Es una caracola terrestre que se abre paso entre una multitud de gotas de lluvia, que corta a machete de torso indómito el cendal de la niebla matutina.
Luego otro salto, ahora más grande y más extenso. Ahora es un cisne en vuelo rasante sobre un lago inundado de cemento y guijarros.
Vuela elegante, hermoso. Su sola presencia se lleva volando a los presentes que no aplauden, que sólo elevan sus ojos junto a su figura que pasa rauda por entre las calles.

Lleva la medicina contra el hambre, entre muchedumbre de cajones repletos de frutas y verduras que aún duermen. Carga andamios robustos y acerados. Osamentas de coligues inquebrantables que son zampoñas que van desayunando el aire, largos tubos que más parecen flautas gigantes que silban en cada esquina alguna silueta crepuscular.

Lleva a cuestas cien veces su propio peso. Equilibra una mole gigante atada a su espalda con la elegancia que una avispa lleva su propio cuerpo.

Obsérvalo, va dando pasos pequeños como quién va saltando sobre el agua. Evita los hoyos trampas que tanto abundan en las calles. Suspicaz esquiva las piedras que amenazan descarriarlo. El balance sublime de un ser tan pequeño y su danza que pinta el ambiente, armónico y afinado que lleva cierta cruz como montaña de cartones que duerme sobre sus hombros.

Obsérvala, A esas horas el público duerme sobre sus camas tumbas indiferentes. Pero a ella no le importa, avanza hermosa adornada por el rocío sobre su pelo.

Desde niño aprendió el oficio. Desde pequeña fue fortaleciendo las plantas de sus pies, los dedos indefensos. Y las plantas quedaron marchitas y ahora son sólo placa endurecida por las eternas lecciones de la Maestra vida. Sus dedos son dos garras de lobo que se aferran al pavimento, sus dedos la extensión de un medusa popular que sabe como aguardar en las esquinas atestadas de semáforos, que son la pausa y tregua para este esclavo libertario y anónima que nadie mira y todos desprecian.

Pasa raudo por entre los automóviles y vehículos. Los conductores gruñen y ladran a su paso. Son leones adiposos y flojos que envidian la agilidad de esta gacela urbana y rural.

Allí van los cargadores de ilusiones, estibadores de sueños.

Lleva la mirada fija al frente. Todo es peligroso, todo puede ser detalle de accidente o descuido de muerte.

Porque es tanta la envidia contra ellos, que ciertos conductores tiran encima sus burros metálicos contra estas luciérnagas de luz interna y escondida.

Y ahí quedan tirados a la veda del camino. Sepultados entre cartones, botellas, duraznos, patatas, cartones o flores. Las zampoñas lloran notas invisibles e inauditas.
El acero de las flautas se convierte en espada, lanza, cuchillo enrabiado buscando al culpable, que como de costumbre huye dejando sólo rastros de orina de su cerebro.

El Ballet es contar una historia con el cuerpo. Y en su cuerpo ella lleva el peso de mil historias de penurias, de mil estafas y ausencias.

Y ella recoge los cartones de entre la basura y tira fuerte su carreta sin animales esclavos, como si tirase el coche donde duerme su hijo. Quizás comprende que en esa carga van los hijos del mundo.

Carga con delicadeza de madre el sustento que lleva amarrado al mástil de su espina dorsal, donde invisiblemente nadie ve como ondea la bandera de la felicidad, que busca por entre las bolsas de desperdicios.

Allí van también sus sueños y esperanzas, allí va también el desayuno para sus hijos, allí también van las cuentas por pagar, va el pan que no puede faltar.

Detrás del gesto acerado duerme una sonrisa que es la sonrisa de toda la humanidad.

El sudor que la defiende contra el frío, lo convertirá en leche para sus críos, y todos los cartones sirven, todas las botellas son vasos en ciernes.

Y cual gacela proletaria se hunde entre calles y recovecos que le conduzacan a la feria, el mercado o los bazares de compraventa donde esperan su cargamento.

Es un pegaso de alas rotas que cabalga por entre los escombros. Un vaiven en si mismo, un arquitecto realizando malabarismos de volumenes y pesos que discueten entre si el cómo un ser tan pequeño puede equilibrar tanto peso, sólo con la fuerza de la necesidad.

Repite la prueba maestra del aguante ante los dioses terrestres. Soportar el peso de la necesidad sobre su cuerpo día a día, todos los días.

¿Cuánto pesan los sueños? ¿Por qué pesa tan poco un ser humano si se le compara con dinero?

Recorren las calles del mundo, hablan el mismo lenguaje de sacrificios. Gladiadores y Amazonas que derrotan paso a paso el callejón sin salida de la muerte.

Unos saltan con el bambú en cada esquina, con arroz los otros, con sus flores ella, con mangos y guayabas aquellos, con leña y carbón los otros.

Mientras el mundo se cae a pedazos, y algunos lloran en sus oficinas por ganancias perdidas, ellos recorren las avenidas con el retrato de sus seres queridos adosados a la retina interna.

Los puedes ver en la China y en la Argentina, en Perú y Egipto, en Chile y en Bolivia.
En México y Honduras, en Italia y España.

Y sin embargo, te son invisbles cuando pasan por tus propias esquinas y narices.

El Ballet más hermoso a vista y paciencia de todos los transeúntes. El Ballet de los amantes invisibles que no portan fusiles, ni pancartas sino sólo un par de brazos desnudos contra la injusticia en el mundo.

Ausentes están los violines, ausentes están los adornos caros sobre sus cuellos, ausentes los aplausos más insignificantes, ausentes los pianos que jamás verán o tocarán en sus vidas, ausentes están de esparadrapos, ausente está la seda en sus vestidos.

Los mismos que cargaron piedras y palos en la construcción de las píramides, los mismos que cargaron ladrillos color ámbar en los coliseos romanos, las mismas que llevaron vasijas de barro para adornar Alejandría, las mismas que llevan carbón y legumbres a los mercados, los mismos que llevan a sus familias al doctor del pueblo.

Que joven que es la humanidad y que viejo que es el ser humano.

Sencillos hombres, mujeres y niños que ejecutan el ballet más digno sobre la tierra.

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