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PERÚ - Maquia-Pietri

Javier Diez Canseco, La República

Jueves 15 de enero de 2009, puesto en línea por Gladys Fernández, Javier Diez Canseco

12 de Enero de 2009 - La República - La escuela de la vida lo ubicó rápidamente en el arte de Maquiavelo. Aprendió sobre el poder, los vericuetos de Palacio y las relaciones con el Príncipe. Fue actor central en el cruento debelamiento del alzamiento de los presos acusados por terrorismo en 3 penales de Lima y Callao, en 1986: murieron –por ejecución extrajudicial en muchos casos– casi 250 internos. Su accionar en El Frontón, donde demolieron el pabellón de los reclusos –con ellos dentro– y ejecutaron rendidos a los sobrevivientes para luego enterrarlos como NN en diversos cementerios del sur, selló su pacto de sangre con el Príncipe.

Veinte años después regresaría a Palacio, pero no como simple operador del Príncipe. Tenía juego propio. Esta vez, con la experiencia ganada y la fuerza que trabajosamente forjó con el Rasputín del Príncipe oriental que ocupó el trono por casi 11 años después del desastre 85-90. Volvió como primer heredero al trono. ¿Por qué? Por un lado, por ser garante de la alianza que el actual ocupante del trono preparó cuidadosamente para garantizar su victoria en segunda vuelta, construyendo puentes con los herederos del Príncipe oriental que enfrentaba graves amenazas penales. Él, por intermediación del conde del Callao, Alex (sujeto al antiguo Vladi-Rasputín, también preso con su amo oriental), era pieza clave de la alianza. Por otro lado, tenía fuertes lazos con un poder fáctico fundamental: el aparato militar y sus estructuras de espionaje e inteligencia.

Maquia-Pietri había servido fielmente a Rasputín. Se mantuvo en relación con el feudo del asesor del oriental: los aparatos de inteligencia y fue eficaz cuando la embajada oriental fue plagiada. Se ubicó políticamente en el aparato del tránsfuga del Callao, a quien Rasputín enamoró como posible heredero del oriental. Pero, sobre todo, ayudó a resguardar y reciclar un aparato de inteligencia y conspiración vital al poder oriental. Fue parte de la gesta de centros privados de inteligencia que servían de “consejeros”, “seguridad” y operadores de las empresas más poderosas y se servían de los aparatos de inteligencia oficial –y de sus nunca aceptados procesos de espionaje de las comunicaciones– para sus fines. Estos aparatos también servían para rodear al Príncipe, para “alertarlo” de atentados como el del 2006 (que ni se produjo ni se probó a pesar del “show” de detenciones arbitrarias), para asesorarlo en sus decisiones e infiltrar la estructura del poder y enterarse de todo vía chuponeo.

En su juego, Maquia-Pietri requería poder propio. Los aparatos privados de seguridad e inteligencia, así como sus vínculos con el poder militar (y en especial con la flota real), se lo daban. Quiso poner a uno de sus allegados a manejar el aparato estatal de inteligencia, pero su leal Ponce tenía problemas: había intervenido en la detención de estudiantes que luego desaparecieron y fueron alevosamente ejecutados a cargo de los equipos especiales que –como Colina– operaban entonces. No pudo ponerlo –dicen los cronistas– en ese puesto clave. Pero fue cobrando creciente relevancia, y los orientales decidieron apretar más al Príncipe en defensa de su amo encarcelado y procesado.

Decidieron usar el poder de las comunicaciones interceptadas, en las que se hacía referencia a los turbios negocios alrededor del oro negro de la Nación y a los tratos con diversos ministros y altos funcionarios del entorno más directo del Príncipe. Así demostrarían su poder y los riesgos en los que podían ponerlo. Era evidente, desde el principio, que el incidente no era solo un lío entre empresas peleándose un negocio, sino parte de los oscuros pasajes del poder y de los altos niveles a los que opera la corrupción. Un aviso.

Pero el Príncipe no es manco. Comenzó a mover sus piezas y respondió. Como Maquiavelo enseña, no se apoyó en un solo bastón y, paralelamente, trabajó para develar –en secreta investigación– el origen de la interceptación y evidenciar que, en ella, estaban los íntimos de su heredero y el garante de su alianza, así como varios (incluyendo la bella que lo “advirtió” del “atentado” del 2006) de los que los asesoran a él y sus amigos de la Real Sociedad de Minería.

En balcón quedaron los que, desde la Cámara de los Lores, jugaban al inspector ardilla. Y, rápido como una rata, el oso panda se pasó a quitar las castañas del fuego al Príncipe y sus leales (¿y aceitados?) ministros, para recomponer la partida que le permita obtener benigna pena y posterior indulto a su amo oriental. Cierto que hoy solo se ve la punta de iceberg y que todos –los leales a uno u otro de los Príncipes– tienen muchas cartas por jugar en un torneo que está lejos de acabar. Lo que sí podría ocurrir es que pierda peso el heredero y garante, cuya estrategia comienza a develarse y a alejarlo del Príncipe. Pero así son las cosas. Maquia-Pietri está lejos de ser Maquiavelo y su Príncipe actual –aunque hermano de sangre desde 1986– puede desgraciarlo. ¿Cuáles serían los costos? No sabemos. Y es que la obra, de aliento shakesperiano, recién anda en sus primeros actos y gran parte del público está perdido en su trama profunda.


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