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ESTADOS UNIDOS - Obama versus Cheney, el centro contra la derecha

Immanuel Wallerstein

Lunes 6 de julio de 2009, puesto en línea por Ariel Zúñiga

El 21 de mayo de 2009, el presidente Barack Obama dio un discurso importante donde delineó los puntos de vista de su gobierno en torno a la seguridad nacional. Minutos después, el anterior vicepresidente, Richard Cheney, dio una conferencia importante que en esencia denunciaba las posiciones de Obama en torno a la seguridad nacional. Ambas alocuciones fueron cubiertas ampliamente por la prensa estadunidense, que señalaron el fundamental conflicto de valores visibles.

En su discurso, Obama expresó lo que él presenta como una posición “matizada” (o “balanceada”) de centro en todos los puntos más controversiales, tales como el cierre de la prisión de Guantánamo, usar en los prisioneros el “anegamiento” o “ahogo con agua” simulados y otros “procedimientos intensos de interrogatorio”, y el grado de transparencia de las decisiones pasadas y presentes respecto del trato que se da a los cautivos. Básicamente Cheney acusó a Obama de que sus posiciones centristas ponían en riesgo la seguridad nacional. Hizo esto pese a que el presidente Obama asumió posturas que George W. Bush abrazara en sus últimos dos años en el cargo (algo que muchos comentaristas y el propio Obama notaron pocos días después).

Entonces, ¿qué está pasando? Tanto Obama como Cheney son personas muy inteligentes, y son actores políticos muy sofisticados. Ambos sabían exactamente lo que estaban haciendo. Como dice el dicho, la política es un juego rudo. Los políticos normalmente hacen lo que hacen con dos consideraciones en mente: buscar que el respaldo de sus electores continúe en futuras votaciones; lograr objetivos políticos específicos. No dudo que Obama y Cheney tuvieran presente este par de preocupaciones. Es obvio que cada uno de ellos siente que sus tácticas son, potencialmente, de triunfo. Entonces, para comprender qué está pasando, tenemos que intentar discernir cómo es que cada uno de ellos analiza la situación.

Empecemos con Obama, debido a que obviamente él detenta el poder y la autoridad más inmediatos. Obama ganó las elecciones con el respaldo de casi todos los votantes de la izquierda y de una gran mayoría de los electores de centro. Ganó debido a su postura en relación a dos aspectos básicos. En 2007, la principal preocupación de los votantes estadunidenses era la guerra de Irak. Obama se presentó a sí mismo como un sólido oponente a dicha guerra. Éste fue el punto que le ganó el respaldo de la izquierda. En 2008, la principal preocupación de los votantes se centró en la seria caída económica. Obama se pinta a sí mismo como una mano firme en el timón, alguien que podría restaurar la economía estadunidense (y la del mundo) y llevarla a un nuevo repunte. Éste fue el punto principal que le atrajo el respaldo del centro.

Desde las elecciones, Obama ha encarado del mismo modo ambos asuntos –la seguridad nacional, la política exterior y la economía. Designó a figuras clave surgidas del centro, quienes han recomendado políticas centristas. Ha exudado prudencia e involucramiento en todas las decisiones importantes. En el ámbito de los asuntos sociales (ambiente, salud, educación, trabajo), no ha invertido (quizá todavía no invierte) la energía política necesaria para obtener la legislación que pudiera hacer posible el gran cambio social que prometió a sus simpatizantes de izquierda.

Obama parece pensar que en su conjunto, esta posición le permitirá (a él y al Partido Demócrata) ganar las elecciones para el Congreso en 2010 y luego su propia relección en 2012. En sus cuentas pesa lo que parece ser un desconcierto republicano y el continuado extrañamiento de los votantes de centro hacia el Partido Republicano (sobre todo aquellos llamados republicanos “moderados”). Desde esta perspectiva, las incesantes posiciones de extrema derecha de Cheney son vistas como un gran “plus” en favor de Obama.

En cuanto al logro de los objetivos de sus políticas, Obama parece creer que en todos los ámbitos será capaz de inclinar las políticas estadunidenses, gradualmente, de la extrema derecha al centro o aun a la izquierda del centro. Parece decirle a sus votantes y al mundo: confíen en mí y vuelvan en ocho años y miren. Se darán cuenta de que las cosas han cambiado (el mantra de su campaña electoral). Mis tácticas políticas lograrán el cambio máximo que es políticamente posible en Estados Unidos en nuestro tiempo. Parece también decir que, para lograr este cambio paulatino, no puede ser brusco en nada de lo que haga porque si lo es alejará a los votantes de centro y, lo que es más importante, alejará a los legisladores demócratas de centro, sin cuyo respaldo no podrá obtener sus objetivos graduales.

Cheney razona de modo bastante diferente. La primera cosa que hay que notar de Cheney es que, de 2001 a 2009, casi nunca estuvo en el frente del debate público. Las figuras públicas importantes de la era de Bush eran Bush mismo y Condoleezza Rice. (Es cierto que el aliado de Cheney, Donald Rumsfeld, era también una voz importante, pero Bush lo despidió en 2007 pese a las vociferantes objeciones de Cheney.)

Cheney prefirió trabajar callado, tras el escenario, impulsando muy agresivamente sus políticas. Los puntos de vista de Cheney prevalecieron dentro del gobierno de Bush desde 2001 a 2006. Cuando los republicanos sufrieron una gran derrota en las elecciones legislativas de 2006, Bush varió su posición y permitió que Condoleezza Rice, ayudada por Robert Gates, fijara el paso –lo que en gran medida consternó y disgustó a Cheney.

Desde las elecciones de 2008, tanto Bush como Rice han estado extremadamente callados, lo cual es deliberado. También es notable el silencio de John McCain, el candidato presidencial derrotado. En cambio, Cheney se ha vuelto un declarante público constante. Ha asumido el papel de la voz pública conducente del Partido Republicano. Más que eso, ha hecho un llamado a que los débiles de corazón abandonen las filas republicanas. Aplaudió la decisión del senador Arlen Specter de cambiar su afiliación de republicano a demócrata. Públicamente alentó a Colin Powell y aun a McCain a que hagan lo mismo. Tal vez George W. Bush sea el próximo en su lista.

La mayoría de los comentaristas parecen suponer que, al hacer esto, Cheney garantiza la decadencia permanente del Partido Republicano. Muchos políticos republicanos, especialmente los “moderados”, dicen esto también. ¿Cheney no se da cuenta de esto? Pensar esto es no captar la esencia de su estrategia política.

Cheney considera que las probabilidades apuntan a que le vaya mal a los republicanos en las elecciones en los próximos cuatro o seis años. Piensa que la tarea más urgente es impedir que funcione el gradualismo de Obama. El modo de hacer esto, piensa él, es hacer del debate público en Estados Unidos un debate entre el centro versus la (incansable) derecha. Cheney razona que, si hace esto gritando a voz en cuello y sin argumentar, puede forzar a que los resultados de las políticas terminen siendo un arreglo de compromiso entre la posición ya de por sí centrista de Obama y sus propias posiciones. Piensa que, de este modo, si regresamos en 2016 y vemos el resultado, las cosas no habrán cambiado tanto. Cuenta con la posibilidad de que, con una victoria republicana en 2016, el país retome los senderos ultraderechistas que hace mucho propuso Cheney y que impulsó durante sus años como vicepresidente.

¿Quién está en lo correcto? La estrategia gradualista de Obama depende de que su popularidad continúe. Y eso a su vez depende de las guerras y la economía. Si la política de Estados Unidos en Medio Oriente comienza a resultarle un pantano de derrota al pueblo estadunidense, la izquierda lo abandonará. Y si Estados Unidos y el mundo caen aún más en la depresión, especialmente si las cifras de desempleo suben de modo considerable, los votantes de centro comenzarán a abandonarlo.

Ambos resultados negativos son posibles, muy posibles. Y si cualquiera de ellos ocurre, sobre todo si ambos ocurren, todas las políticas de cambio social de Obama se irán por el caño. Y Cheney habrá ganado, sin meter las manos. Por supuesto, también es posible que en los frentes de Medio Oriente y el económico, los resultados sean un tanto ambiguos –ni un gran éxito ni la catástrofe obvia. En tal caso, podemos obtener cambios sociales graduales, pero a lo sumo en versiones diluidas. Esto porque al situarse en el centro y no a la izquierda o por lo menos en el centroizquierda, las tácticas de Obama ya cedieron una buena parte de las exigencias desde el principio.

La política es un negocio rudo. También es algo más. Su asesor político cercano, David Axelrod, reconoció hace poco algunas de estas posibilidades negativas. Le dijo al New York Times que Obama estaba “deseoso de jugársela con el pueblo estadunidense”. Y después añadió, “pienso que también sabe que en ocasiones uno prevalece en la argumentación y a veces no”. Cuando se le sugirió a Axelrod que la paciencia de los estadunidenses podría no durar mucho, admitió: “Eso puede ser. La política es un negocio volátil”.


Comentario 258

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Traducción: Ramón Vera Herrera para La Jornada.

Publicación de los comentarios autorizada por el autor el 8 de diciembre de 2006.

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