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PERÚ - ¿Continuismo Aprofujimorista o cambio?

Javier Diez Canseco, La República

Viernes 31 de julio de 2009, puesto en línea por Gladys Fernández, Javier Diez Canseco

27 de julio de 2009, La República - Las diferencias entre este 28 de julio y el del 2008 son grandes. El García del 2008 –“exitoso” y orgulloso de su conversión al neoliberalismo extremo con el “Perro del Hortelano”– no es el del 2009: deprimido vendedor de cebo de culebra al que se le derrumba la economía, lo cerca el creciente malestar social y lo estigmatizan la corrupción y el abuso del poder que sellan su alianza con el fujimorismo y los grupos de poder.

Es época de vacas flacas, gris y depresiva. Terminó la exultante fase de crecimiento derivada de altos precios internacionales, de luces y “optimismo” en las posibilidades de una economía basada en la exportación de materias primas, controlada por monopolios extranjeros y nacionales, y esperando el chorreo de la mesa de los ricos a los platos de los pobres. El parque de diversiones cerró. Se abrió un punto de quiebre en el gobierno.

Desde el discurso del 2008, celebrando el crecimiento a pesar del Moqueguazo, el Tacnazo y el Paro Nacional de julio del 2008 (todos reclamando redistribución), el país y el mundo han cambiado. Aquí, la crisis capitalista acabó con la bonanza de unos pocos, el crecimiento económico y arreció el movimiento social. El levantamiento de los pueblos indígenas (Aidesep), que en agosto del 2008 logró derogar dos DL, se reanudó con la huelga que derrotó el terco y sangriento intento de García de barrer con los territorios comunales, disponer arbitrariamente de los recursos naturales y del agua, y rematar la Amazonía a las transnacionales.

Le siguieron los alzamientos de Andahuaylas y Sicuani, numerosos paros regionales, de maestros, trabajadores de salud, transportistas y mineros de Doe Run.

La desigualdad y el abuso, el poder de García, agitan el país mientras se derrumba el Consenso de Washington y cae por tierra el modelo neoliberal del “Perro del Hortelano”. Dos gabinetes, el de Del Castillo y el del fiel Simon se desploman. El tercero –¿o de tercera?– de Velásquez Quesquén va al choque: quiere a los presidentes regionales y alcaldes de escudos ante la ola social, repartir migajas y convencer a policías y militares de disparar y exponerse a nuevos juicios por violación de DDHH, como los que encaran algunos de sus colegas mientras los jefes políticos quitan el cuerpo. Durará poco.

Pero, seamos justos, la crisis no es de gabinetes ni de gobierno, por corrupto, entreguista, servil a las transnacionales, racista y arbitrario que sea García. Es la crisis de un Estado excluyente, centralista, corrupto, opresor y siempre al servicio de los grupos dominantes y extranjeros. Un Estado ajeno a la democracia participativa y el control ciudadano, a instituciones políticas confiables, a reconocerse plurinacional y diverso. Un sistema de gobierno, un Congreso, partidos tradicionales y un PJ en los que nadie cree. Una crisis que muestra el agotamiento de un modelo económico primario exportador, en que los recursos naturales y su renta se entregan a manos extranjeras y cuyo uso ni siquiera –como el gas de Camisea– podemos definir soberanamente.

Es un modelo económico que no industrializa, no coloca la educación, la ciencia y la tecnología al servicio de un proyecto nacional que otorgue oportunidades y derechos para todos. Un modelo que desprecia el mercado interno, la seguridad alimentaria, el agro y las mypes; que se niega a proteger y promover a los productores nacionales pues –según la Constitución de Fujimori– debe tratar a los extranjeros igual que a los nacionales. Es una crisis que, a puertas del bicentenario de la independencia del Perú, muestra el sueño de los libertadores como una promesa incumplida.

Para complicarlo más, la crisis peruana se da en el marco de una crisis internacional sin precedentes. Si en el 90 cayó el Muro de Berlín y se evidenciaron los problemas del socialismo real con la desaparición de la URSS , ahora cayó el Consenso de Washington, su teoría del mercado libre en manos de las corporaciones, la tesis del Estado mínimo y sin capacidades, y la desregulación laboral. El despreciable Estado es el motor de los planes de salvataje, mientras quiebran los Bancos de Inversión, grandes corporaciones y, junto a la recesión, la hegemonía unipolar norteamericana declina.

En medio de la crisis internacional de paradigmas, de una A. Latina y Andina que batalla por el cambio y la justicia y de una honda crisis política, económica y social, el Perú debe plantearse cambios de fondo, profundos. No aspirinas para curar neumonías.

Resulta por ello lacerante que quienes se reclaman líderes y fuerzas de cambio no se planteen, con un movimiento social en lucha y cada vez más consciente del problema, la necesidad de un cambio de fondo: una nueva Constitución y una Asamblea Constituyente, apoyados en una fuerza político-social organizada, como objetivo concreto hoy. No como vaga oferta a futuro, que se olvide después. Resulta increíble la actitud defensiva, evitar declararse antisistema y evadir proponerle al pueblo peruano atreverse a cambiar para, como diría Lula, “atreverse a ser feliz”. Este 28: ¡cambio!

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Reproducción por iniciativa del autor

http://www.larepublica.pe/archive/all/larepublica/20090727/19/pagina/1634

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