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La traición de Copenhague costará caro

Jubenal Quispe

Lunes 28 de diciembre de 2009, por Jubenal Quispe

En medio de un lodo oscuro, que le cubría hasta las rodillas, una madre indígena llorosa muestra cinco cadáveres de sus cuyes (animales domésticos), sus únicos recursos de sobrevivencia, ahogados por la venganza climática. Unos pasos más allá, otra madre quechua, casi invisibilizada por el lodo, remueve con las manos el barro estancado, en el lugar que hasta hace unas horas era su dormitorio. Ella busca sus únicos 500 Bs. que perdió juntamente con todo lo que tenía. Los huertos y campos de cultivo eran piscinas espesas desde donde oteaban algunas sobrevivientes verduras.

Esta desgarradora venganza climática ocurría en una comunidad del valle bajo de Cochabamba (Bolivia), mientras los países de la ONU, en su 15° cumbre sobre el cambio climático, en Copenhague, traicionaban y frustraban las expectativas de la desesperada humanidad atrapada en el laberinto letal del industrialismo suicida.

Para quienes viajamos en el compartimento de carga de la nave Tierra, nos es humanamente inconcebible el déficit de sensibilidad, no sólo de los gobernantes, sino de las sociedades energívoras que viajan en la clase ejecutiva de la misma nave, la Tierra, que naufraga enloquecida directo hacia la hecatombe. Copenhague fue un intento de un concilio a bordo para salvar a la nave, pero la dictadura de algunos líderes de la clase ejecutiva hizo que fracasara dicho intento.

Más de tres años se trabajó para alcanzar algunos acuerdos vinculantes y medibles para apaciguar las consecuencias del daño ya causado a la Tierra, pero los resultados de la cumbre de Copenhague son peores que los de Kyoto. Después de Copenhague, quienes hilvanan los hilos de la muerte ya no tienen moral para hacer apologías retóricas sobre la democracia, mucho menos sobre la vida. De la manera más descarada, intentaron silenciar los gritos de auxilio de las y los representantes de las víctimas indefensas y de la Madre Tierra, ofreciéndoles: “10 mil millones de dólares anuales entre el año 2010 y 2013 para ‘adaptarse’ al descalabro climático. Luego, hasta el 2020, 100 mil millones”. ¡Bolivia gasta cerca de 500 millones de dólares anuales para no morir con las desgracias cotidianas del cambio climático! ¡Nadie se puede adaptar a la muerte anunciada! Mientras diariamente se despilfarra cerca de 3 mil millones de dólares en armas, más de 160 mil seres humanos perecen de hambre en el mundo. ¡Ni esto conmueve a los poderosos que mueven la historia por nefastas trayectorias!

Lo mínimo que esperaban, quienes se fiaban de la ONU, eran compromisos fijos y obligatorios en la reducción de las emisiones de contaminantes a la atmósfera, especialmente de los países que construyen su confort sobre las cenizas del planeta y de los empobrecidos.
El cambio climático no es el problema, el problema es el insostenible y ecocida modelo de vida (producción-acumulación-consumo-confort). La cuestión del cambio climático no es económica, sino moral. Una moral fundada ya no en la compasión con las víctimas, sino motivada y afianzada en el instinto de sobrevivencia de la vida. Un retorno a la Madre Tierra.

El fiasco de Copenhague no puede, ni debe acobardarnos en nuestra apuesta y opción por la vida y los derechos fundamentales de nuestra Madre Tierra. No nos pueden obligar al matricidio. Tú y yo somos heraldos de la Madre Tierra. Nos pueden derrotar, y nos derrotan, en las batallas, pero jamás perdemos la guerra. Nos han conminado al combate frontal entre la vida y la muerte, entre la razón y la fuerza del dinero. ¡Pero saldremos victoriosos, porque el asunto es Tierra o muerte!

Desde donde estés estás llamado a gastar lo poco o mucho que tienes de vida en defensa de lo que quieres y añoras, ya no para ti, sino para tus herederos. Si eres cibernauta, que no te quiten la palabra, emprende una movilización informática incidiendo de corazón a corazón con las y los ciudadanos planetarios. Si eres sobreviviente o testigo de la devastación climática, cuéntanos tu dolor, quizás así nos puedas humanizar y movilizar nuestra voluntad hacia un estilo de vida más sobria. Si te hicieron adicto al consumismo, comprende que tú puedes cambiar la historia de la Tierra con un consumo responsable y ético.

El último arma en esta batalla campal y definitiva entre la vida y la muerte lo poseemos nosotros/as, porque decidimos qué consumir y qué no. Tú y yo no hemos nacido para morir. Nacimos para vivir, y nos autofortalecemos con nuestras frustraciones. Tú y yo somos Tierra que ama, que siente, que lucha, que llora, que piensa. La Tierra nunca muere, mueren quienes renunciaron a ser Tierra.

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