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Lo que revela y oculta la crisis financiera

Alberto Rabilotta, ALAI

Sábado 26 de noviembre de 2011, puesto en línea por Claudia Casal

ALAI - La rebatiña colonial regresa al galope. Después de Libia será Siria mediante una “intervención limitada” de Francia, Inglaterra y Turquía, según el periódico francés Le Canard Enchaîné (23 noviembre 2011), y otra vez con el apoyo de la armada canadiense que el primer ministro conservador de Ottawa, Stephen Harper, dejó en el Mediterráneo para apoyar cualquier intervención de países de la OTAN (CBC, 20 noviembre 2011). Y luego “irán por Irán”, como escribía Juan Gelman en Página/12 el pasado 13 de noviembre.

Las no tan antiguas potencias coloniales europeas y el imperialismo estadounidense han aprendido la lección de Israel, que como destaca el historiador Yakov Rabkin “conservó el ‘virus’ occidental del uso de la fuerza para someter o colonizar a otros pueblos, y ahora ese virus está propagándose. No es de origen israelí ni de origen judío, es de origen europeo y fue muy bien preservado en Israel, que fungió como hospedante de valores occidentales que son tan agradables al rey de Arabia Saudí, quien los está aplicando con la represión en Bahrein”.

En medio de las sucesivas crisis financieras, de los problemas estructurales del capitalismo que amenazan la supervivencia del sistema, la lucha por los mercados, sin tapujos y hasta con arrogancia, reaparece en sus formas originales. Detrás de las fuerzas militares de la OTAN, en Libia, llegaron los hombres de negocio de los países que participaron en esa agresión, como Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Qatar, Canadá e Italia. Los militares bombardearon, mataron e hirieron y desplazaron a numerosos civiles y destruyeron gran parte de la infraestructura de Libia, y los hombres de negocio llegaron para obtener los contratos para reconstruirla, para vender las armas que permitan reponer los arsenales y el material militar destruido, y de paso obtener los contratos para apropiarse al máximo posible de los dos recursos naturales abundantes en ese país: el petróleo y el agua dulce.

Nada ni nadie está al resguardo de esta ofensiva reaccionaria

El regreso a las peores épocas del capitalismo es evidente en todo. Una a una las conquistas laborales y sociales ganadas a través de largas y costosas luchas obreras están siendo limitadas o van camino de la eliminación en los países capitalistas avanzados, todo esto en nombre de la austeridad fiscal y la competitividad, o sea para reforzar la dictadura del capital financiero sobre las economías y los pueblos.

El retroceso político es abrumador. La cúpula de la Unión Europea decidió quien gobernará Grecia e Italia, y entre otras cosas se apresta a establecer una “dictadura presupuestaria” que pondrá fin, en la zona euro, a la soberanía política de las naciones en materia fiscal y presupuestaria.

Los pueblos entienden que el sistema político compuesto por los “partidos de gobierno” no ofrece alternativa a la situación actual. En realidad los “partidos de gobierno”, sean conservadores o socialdemócratas, han capitulado ante los mercados financieros y prometen seguir desangrando a sus ya debilitados pueblos. Y en este contexto el temor a la inseguridad económica y social se instala en el electorado, lo que constituye un peligroso caldo de cultivo, como quedó demostrado durante la crisis de los años 30 del siglo 20.

Mientras tanto el desempleo es altísimo y sigue aumentando, y la recesión económica que afecta a los países endeudados, como Portugal, Grecia y España, se expandió a Italia y amenaza al resto de la zona euro a medida que los gobiernos de países como Francia aplican más medidas de austeridad fiscal para reducir el déficit presupuestario, que reducirán la demanda agregada, o sea la capacidad de gasto de los franceses, con las sabidas consecuencias de un frenazo económico, una reducción de la recaudación fiscal y el aumento del déficit presupuestario. Y como la oligarquía financiera no pierde la oportunidad de ésta crisis que ella misma creó, al mismo tiempo exige que los países de la zona euro sigan eliminando las principales conquistas laborales de los trabajadores, como la semana de 35 horas en Francia, país donde la productividad es más elevada que en Alemania, para retornar a las 38 horas, y vaya a saberse si habrá o no compensación salarial.

Crisis de la civilización capitalista

En Europa el racismo se ha vuelto una cosa cotidiana y junto al nacionalismo de la peor especie ha pasado a formar parte de la plataforma de algunos partidos políticos. Los odios étnicos están presentes y en algunos países europeos se manifiestan a través del discurso de los políticos y gobernantes.

Como dijo el ensayista canadiense John Ralston Saul [1], la globalización que se suponía iba a abrir las fronteras del mundo ha llevado directa o indirectamente a lo contrario, al nacionalismo en su versión antigua. Lo que hemos visto en los últimos 25 años, por buenas y malas razones, es un sorprendente retorno del nacionalismo, del nacionalismo positivo (como en países de Sudamérica) y del nacionalismo negativo. Del retorno del populismo y ahora el regreso al racismo. En las últimas décadas el racismo volvió a ser algo “socialmente aceptable”. Es algo atroz… Se puede ser racista y ser electo para gobernar un país. Italia tuvo un fascista como viceprimer ministro; Francia, vaya uno a saber; Hungría… ¿Cómo sucedió esto? ¿No era que íbamos hacia la apertura y que el nacionalismo estaba muriendo? La globalización trajo de vuelta, a nivel nacional, el populismo, el nacionalismo, el racismo y el fascismo, y las fronteras están cerrándose no por el miedo a Al-Qaeda sino porque están regresando las actitudes del viejo nacionalismo negativo, y esta es sólo una de las consecuencias imprevistas de la globalización dirigida por una deshumanizada ideología economicista.

Las elites que dieron vida a la globalización no están preparadas para la incertidumbre y confusión actual. Saben que algo está sucediendo pero ven los aspectos negativos como excepción a la regla, cuando en realidad "ya no estamos en la globalización, sino en otra cosa que todavía no sabemos definir", declaraba John Saul en 2005, cuando publicó su libro “The Collapse of Globalism and the Reinvention of the World” [2]. Y agregaba que si no hacemos este análisis seremos incapaces de crear una dirección (de cambio) y volveremos a ser victimas de las circunstancias de quienes propongan una dirección a seguir. Eso pasó en los años 30, y en muchos países llevó al nazismo o el fascismo, en otros llevó al New Deal o al comunismo.

En un debate el 11 de marzo pasado en Waterloo, provincia de Ontario, Canadá, John Saul subrayó que la globalización es un intento de “cambiar de prisma” para ver la civilización: “Hubo tiempos en que se la veía a través de Dios, de la religión, a través de la monarquía absoluta o de una ideología. La ideología a partir los años 70 del siglo 20 fue que había que mirar el mundo a través de la economía, y eso fue definido como ‘globalización’. O sea ver el mundo a través de la economía”.

El pensador canadiense explica como a través de esta ideología se piensa acerca del “ciudadano, que pasa a ser un cliente; de la cultura, en términos de cómo organizarla, financiarla y controlarla; o de la salud, donde uno entra en un hospital y nadie es un enfermo, sino clientes, como si fueran objetos de una teoría de gestión económica. Esta ideología que llamamos globalización es fundamentalmente un retorno a la visión utilitarista del funcionamiento de la civilización, de como inevitablemente debe funcionar”.

Para John Saul la globalización no es una idea nueva ni tampoco original, sino una vieja idea atada a una visión linear de como la civilización funciona y debe funcionar: “Forma parte de la antigua visión del racionalismo y el utilitarismo, de como nos movemos del pasado hacia el futuro, sin nunca poder retroceder. El progreso es siempre avanzar. La globalización es una especie de antiguo y lineal utilitarismo económico, atado a viejos modelos de crecimiento y de lo que constituye la riqueza, de que no hay limites a la expansión y el crecimiento, de que hay que aumentar constantemente el comercio exterior sin jamás examinar que tipo de comercio, en cuáles términos o si el comercio nos aporta lo que realmente queremos, ni tampoco examinar cuál es el propósito de aumentar el crecimiento o el comercio”

Este enfoque lineal, agrega, no produce una visión incluyente, de conjunto, sino una estrecha visión utilitaria de como el mundo funciona, y rompe el concepto de la ciudadanía, del bien común y la idea misma del ciudadano desinteresado, la idea misma de civilización, y nos aleja de lo que precisamente necesitamos, una visión holística, amplia e incluyente. Lo que ha ocurrido en los últimos 30 años es muy similar a la atmósfera en Francia bajo (el reinado de) Louis-Philippe 1 [3].

Apunta, como algunos economistas y politólogos, que bajo la globalización hubo un franco retorno del mercantilismo, o sea la creación de grandes corporaciones integradas horizontalmente (y) básicamente controladas por gerentes o administradores. Y compara las grandes transnacionales de hoy día con las empresas mercantilistas británicas u holandesas, como la Compañía de la Bahía Hudson creada por los británicos para controlar el comercio y la extracción de recursos en Canadá, o la Compañía Británica de las Indias Orientales, que no creaban riquezas sino que transportaban y comerciaban diferentes productos a través del mundo. Y subraya que bajo el orden neoliberal “tampoco aumentó la competencia entre firmas, sino al contrario, porque hemos visto el aumento de monopolios y oligopolios”.

Como escribe el sociólogo mexicano Pablo González Casanova (La Jornada, 14 de noviembre pasado), no hay duda de que vivimos en un mundo injusto y peligroso. La “opción racional” que orienta a las ciencias sociales hegemónicas se está convirtiendo, paradójicamente, en opción irracional. Sobre este aspecto y utilizando el referente de la “limpieza étnica”, John Saul habla de la “limpieza intelectual que en las últimas décadas hemos presenciado dentro de los círculos académicos, en particular en los departamentos de economía, para impedir la llegada o el acceso a nuevas ideas. Nunca hubo tan pocos desacuerdos entre economistas. Ahora eso está cambiando porque la situación es tan obvia que no puede ser ignorada. ¡Tres décadas sin desacuerdos! Quienes estaban en desacuerdo no eran publicados. Esto es un ejemplo clásico de la ideología, de rechazo al pensamiento intelectual, a las diferencias intelectuales, porque es a través de la diferencia que descubrimos nuevas cosas. Es algo similar a la secreta Congregación para la Propagación de la Fe (Santo Oficio) de la Iglesia católica, o sea un instrumento de propaganda a favor de una ideología, pero en este caso pretendiendo ser una ciencia económica”.

Para John Saul estamos frente a una ruptura catastrófica del pensamiento intelectual occidental, que explica la ausencia de cuestionamiento sobre la globalización, sobre el crucial ¿hacia dónde nos están dirigiendo? Y afirma que “es como haber caído en un escolasticismo de bajo nivel. Diría que lo que hemos tenido en las últimas tres décadas en términos de pensamiento económico (hegemónico) es el más bajo nivel de educación en materia de pensamiento intelectual desde 1750, cuando Voltaire decía que la aristocracia dominante (en Francia) no tenía necesidad de aprender a leer porque tenían personal doméstico que les leían”.


Alberto Rabilotta es periodista argentino

http://www.alainet.org/active/51075

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[1John R. Saul, intelectual canadiense y autor de importantes ensayos, entre ellos “Les Bâtards de Voltaire. La dictature de la raison en Occident” (1193) y “Mort de la globalisation” (2005). Las citas fueron tomadas del debate sobre “El lado oscuro de la globalización” en el Centro para la Innovación en la Gobernanza Internacional (CIGI) de Waterloo, Ontario, el 11 de marzo pasado: http://www.youtube.com/watch?v=FHOeFGJpFx4

[2La "inevitable" globalización resultó "evitable", entrevista con John R. Saul publicada en Milenio Diario de México en junio de 2005, bajo el seudónimo Rocco Marotta.

[3Louis Philippe 1 reinó de 1830-1848, un período marcado por una extrema concentración de la riqueza en pocas manos y el empobrecimiento masivo de trabajadores y campesinos.

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