Portada del sitio > Español > Latinoamérica y Caribe > COLOMBIA - De talar a reforestar: así cambiaron los campesinos del Bajo Caguán
COLOMBIA - De talar a reforestar: así cambiaron los campesinos del Bajo Caguán
María Fernanda Lizcano, Mongabay Latam
Martes 23 de mayo de 2023, puesto en línea por
Todas las versiones de este artículo: [Español] [français]
13 de marzo de 2023 - Mongabay Latam - Familias del Bajo Caguán, en Caquetá, han implementado sistemas agroforestales y silvopastoriles como estrategia para recuperar el suelo degradado por la ganadería extensiva.
36 fincas de este territorio caqueteño, donde se ubica uno de los núcleos de deforestación más grandes del país, no han talado desde 2017, crearon corredores de conectividad en al menos 42 000 metros cuadrados, y han sembrado 33 hectáreas de sistemas agroforestales
“Cuando era joven mi papá me regaló una motosierra y yo me sentía un varón tumbando el monte. El orgullo de mi papá era enseñarme eso. Pero yo ahora le digo a mi hijo: ‘usted no hará lo que yo hice, usted va a agarrar la pala y a sembrar el arbolito. Usted reparará el daño que causé’”, reflexiona Gerardo Patiño, mientras señala el bosque que tiene al frente y que hace parte de su finca Los Guayabales, de la vereda La Primavera, en el municipio de Cartagena del Chairá, Caquetá. Llueve a cántaros a finales de febrero y Patiño celebra el aguacero, confía en el poder del agua para hacer crecer los árboles que sembró en su finca en el 2022. La sequía, que cada año se alarga un poco más, por fin da tregua. Gerardo Patiño pasó de tumbar “montaña”, como le dicen al bosque en este territorio, a reforestar con árboles maderables y frutales. Su finca es una de las 36 en la zona del Bajo Caguán —que ocupan casi 3500 hectáreas— y de las 500 que hay en todo el departamento de Caquetá, que han hecho acuerdos de conservación y se han comprometido a no volver a talar. “Dicen que los animales son dañinos y no, los dañinos somos nosotros. Tumbamos el lugar donde viven los animales, los dejamos sin los árboles que les dan la comida y luego nos enojamos porque hacen daños”, comenta Patiño y señala un pequeño cultivo de caña que tiene sembrado y al que de vez en cuando llega una manada de monos para comerse algunos tallos y sentir el sabor dulce de esa planta.
Cambiar la mentalidad no ha sido fácil. Desde hace cuatro años un equipo de Amazon Conservation Team (ACT) entró a este territorio distante al que se llega después de cinco horas en lancha —si el río lo permite— desde el casco urbano de Cartagena del Chairá. Allá llegaron para desarrollar el proyecto “Save Chiribiquete”, también llamado localmente “Agroforestería para la producción sustentable”, que empezó desde 2017 en otras zonas de Caquetá, pero tomó su tiempo para entrar al Bajo Caguán.
Esta iniciativa, basada en la planificación predial —que se construye con las mismas familias—, busca reconvertir en bosques los paisajes que fueron degradados por instalar campos de pasturas. Esa transformación no es cualquier cosa, sobre todo en este territorio que tiene uno de los núcleos de deforestación más grandes del país. De acuerdo con el último informe anual del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), en el 2021 se perdieron 174 103 hectáreas de bosque en Colombia, un área que casi equivale al tamaño de la ciudad de Bogotá; de estas, el 19 % fueron en el Bajo Caguán.
Patricia Navarrete, coordinadora del proceso Caquetá de ACT, explica que a esa zona del país llegaban barcos con cientos de terneros, que eran enviados por personas externas al territorio para que los campesinos los criaran. Entonces, para mantener el ganado, se tumbaba el bosque, lo quemaban, sembraban pasto y establecían potreros inmensos que luego, con el pasar del tiempo, perdían su productividad por la erosión del suelo tras el pisoteo constante de las vacas. Esto generaba un círculo vicioso: se tenían que tumbar más árboles para sembrar pasto nuevo.
Lo primero que hizo ACT al llegar al territorio fue escuchar a los campesinos y comentarles que existía otra forma de trabajar la tierra, de garantizar la soberanía alimentaria y, principalmente, de contribuir a la reducción de la deforestación. Como la ganadería es el principal sustento de esas familias y los campesinos aún no tienen otras alternativas que les brinden ingresos suficientes, los funcionarios de ACT les propusieron implementar sistemas agroforestales y silvopastoriles, es decir, potreros pequeños, con divisiones construidas, con senderos productivos de 10 a 15 metros de ancho y con árboles dispersos que funcionan como estaciones para las aves y como conexión para la biodiversidad de la zona. “Entonces —explica Navarrete— cuando se acaba el pasto del primer potrero, las vacas pasan al otro, y luego al otro. Cuando vuelven al primero, ya el pasto está fresco”. Así no se deteriora el suelo y se reduce la necesidad de tumbar el bosque.
La división de potreros fue la mejor forma de convencerlos de crear corredores de conectividad para la fauna, de implementar sistemas agroforestales y de aislar las fuentes hídricas, pues usualmente las vacas toman agua y hacen sus necesidades directamente en los caños y quebradas. Llevaron a los campesinos a San José del Fragua, a Doncello y a Belén de los Andaquíes para mostrarles lo que estaban haciendo decenas de fincas de otros municipios de Caquetá. Aseguran que no podían creer lo que veían: 10 vacas (o más) en potreros de 1000 metros cuadrados (o menos), fincas con acueductos, energía solar las 24 horas del día y la comercialización de plátanos, limones y otras frutas cultivadas por ellos mismos en sus nuevos policultivos.
Alfonso Poveda, de la finca Miravalle, fue uno de los más escépticos. Le parecía imposible dividir potreros con cercas vivas. “Yo pensaba que estaban locos metiendo vacas en un cuadro”, dice. Quiso llevar la contraria y construyó los potreros a su manera, pero luego se dio cuenta que tenían razón. Ahora el pasto le sobra. Ha descubierto un nuevo gusto por sembrar árboles y ya tiene una plantación de castaños (Caryodendron orinocense), açaí (Euterpe oleracea), chontaduros (Bactris gasipaes) y otros árboles. Aún no entiende completamente cómo cambió todo: “Quince años atrás la finca que más valía era la más limpia [la que tuviera menos árboles]”.
Ahora sale a recorrer sus plantaciones y presenta con satisfacción su huerta. Se siente orgulloso de uno de sus árboles de castaño, que ha crecido rápidamente gracias a que él aprendió a abonar la tierra. Le enseñó Edgar Núñez, zootecnista y técnico de campo responsable del proceso del Bajo Caguán, la persona que capacita a los campesinos y que cada mes viaja a la zona para brindar apoyo y asesoría técnica. Núñez es caqueteño, recorría las fincas a pie durante horas y hoy tiene claro que no se puede hacer restauración con ganaderos, sin brindarles alternativas: “No puedo pedirles que aíslen el agua si no les ponemos bebederos a las vacas. Estamos buscando estrategias para hacer restauración”.
Modelo 50/50
La ganadería extensiva no sólo afecta los suelos sino también a las fuentes hídricas. En la última evaluación de los parámetros fisicoquímicos del agua que hizo ACT en 2022, confirmaron que la calidad era “regular” y “muy mala” en el 90 % de los caños y quebradas de los que se abastecen las fincas (tanto para consumo de las vacas como para consumo humano). La contaminación se genera principalmente por las heces y los orines del ganado. Ese análisis también lo hicieron con un monitoreo de macroinvertebrados acuáticos, organismos que están presentes en el agua si está limpia y saludable.
Debido a esta problemática, las 36 fincas del Bajo Caguán ya tienen instaladas electrobombas que funcionan con paneles solares, tanques elevados y acueductos ganaderos y para consumo humano. Los potreros cuentan con su bebedero y los campesinos tienen, por fin, energía solar en sus predios. Por otra parte, todas las fincas han reforestado y aislado 6,6 kilómetros de los bordes de diferentes fuentes hídricas, y han sembrado cerca de 42 000 metros cuadrados de corredores de conectividad, 32 000 metros lineales de cercas vivas y 33 hectáreas de sistemas agroforestales.
“Sabemos que la deforestación causa un daño ambiental, pero lo peor es la fragmentación del bosque, por eso —agrega Núñez— lo que buscamos es conectar un bosque con otro y generar corredores de conectividad para que las especies puedan transitar nuevamente”. Recuerda, entre risas, que a uno de los campesinos del proyecto le decían que estaba loco por sembrar árboles y más en pleno verano. Para evitar que los demás tuvieran la razón, él mismo se encargaba de regarlos todas las noches, sin que nadie lo viera. Ese hombre es Albeiro Camacho, de la finca Los Naranjales, vecino de Gerardo Patiño, con quien está construyendo un corredor de conectividad de 270 metros de largo por 20 metros de ancho, para unir las franjas de bosque de ambos predios.
Las fincas de estos campesinos devuelven la esperanza, pues en otros cientos de hectáreas de esta región caqueteña, son evidentes los rastros de la devastación: troncos quemados que son el testimonio de una tragedia que apenas se está dimensionando. Un cementerio de árboles al que llegan de vez en cuando algunos animales silvestres que aún no comprenden que ese territorio ya no es un hogar.
Reforestar requiere tiempo y el cambio no se verá en un pestañeo. Merly Julieth Ducuara, de la finca El Recreo, en la vereda El Jordán, lleva menos de un año en el proyecto, pero ya ha sembrado 1700 metros de cercas vivas.
– ¿Por qué reforestar, Merly?
– Porque ya se sienten los efectos del cambio climático. Las temporadas de verano cada vez son más largas—responde, mientras Édgar Núñez le enseña a podar un árbol. Con mi esposo nos estamos obsesionando con los árboles.
Los técnicos y los campesinos están convencidos que si a la naturaleza se le da tiempo, se regenera más rápido de lo que cualquiera esperaría. La finca La Reforma, de Baudilio Endo, es la prueba de esa verdad: su predio tiene 53 hectáreas y 22 de ellas son bosque. En una zona, que antes era sólo pasto, hoy se ven árboles tupidos, muchos sembrados por él y otros tantos han crecido por regeneración natural. Tiene un sistema agroforestal con castaños, caña, piña, plátano y yuca. “Voy a sembrar 1000 metros más con árboles. Mi compromiso es no talar y reforestar, incluso cuando termine el proyecto”, asegura.
Cuando se camina por su finca baja la temperatura. Los resultados de su esfuerzo en estos casi cuatro años son tan evidentes que su vecino, Eudilio Gómez, de la finca El Porvenir, decidió seguir sus pasos. Con el ejemplo, Endo le ha enseñado a otros campesinos que se puede trabajar la tierra de una forma diferente y que el bosque es necesario para garantizar la existencia de la humanidad.
El corazón del Bajo Caguán
Una manada de monos sacudía las ramas de los árboles sobre los que estaban trepados. Enojados lanzaron palos a Alexander Meneses, un campesino que estaba abajo, talando el bosque de su finca para convertirlo en potrero. Los mamíferos parecían enfurecidos. Meneses cuenta que los miró, sintió lástima, pero pensó que no podía hacer nada. Luego decidió ayudarlos: paró de talar y dejó intacto el resto de la selva.
Esa escena ocurrió en 2019 y se convirtió en una de las principales razones para que Meneses decidiera mantener en bosque casi 40 de las 80 hectáreas que tiene su finca Tres Quebradas, de la vereda El Jordán. “Yo decía: les estamos dañando su casita, nosotros los estamos desplazando y ellos son vitales en el ecosistema porque ayudan a transportar las semillas”, cuenta, mientras bebe un vaso de jugo de badea, fruta típica de la región que ahora cultiva en su finca.
Uno de sus vecinos le insiste en que tumbe el bosque que le queda, pero no quiere que su predio se parezca a otros, en los que los campesinos no tienen ni siquiera leña para cocinar. Su promesa de preservar el bosque se la tomó muy en serio y desde hace un año se unió a la iniciativa de Amazon Conservation Team (ACT). Ahora no solo dejó de tumbar la selva, sino que además convirtió su finca en la “cuna” de los árboles que se sembrarán en todo el Bajo Caguán. Solo en los últimos seis meses, en las 36 fincas se han sembrado más de 12 000 árboles, pero la meta es llegar a unos 58 000.
Después de comprobar que traer los árboles en lancha desde afuera no era una muy buena idea, pues llegaban estropeados y no todos sobrevivían, Meneses fue elegido para construir el vivero del proyecto junto con Jhon Fredy Sabogal, el líder de ACT que brinda apoyo técnico a las familias todos los días. Actualmente hay un poco más de 25 000 árboles en el vivero, entre yopo (Anadenanthera peregrina), acacia (Acacia melanoxylon), matarratón (Gliricidia sepium), cedro caoba (Swietenia macrophylla), açaí, ceiba bonga (Ceiba pentandra), guamo (Inga sp), árbol del pan (Artocarpus altilis), chontaduros, guanábano (Annona muricata), chirimoya (Annona cherimola) y uva caimarona (Pourouma cecropiifolia), entre otros.
Lo que la ciencia dice, los campesinos lo han aprendido empíricamente. “Yo he visto que cuando se deforesta llegan más plagas y pestes para el ganado. Sin árboles, las vacas no tienen donde ‘sombrearse’”, dice Meneses. No solo eso. También asegura que con los árboles vuelven las abejas nativas, que son las que ayudan a que las plantas den sus frutos y garantizan la abundancia de alimentos.
Daniel Villamil, biólogo y responsable del programa Cuidado y Manejo de Abejas Nativas en la Amazonía Colombiana de ACT, cuenta que muchos de los campesinos, que antes se dedicaban a la “cacería de miel”, o explotación irracional de las abejas, ahora están preocupados por su conservación y cuidado. Gracias al trabajo entre ACT y Corpoamazonia (la autoridad ambiental en esta zona de la Amazonía), 45 familias en todo Caquetá se han capacitado y certificado como meliponicultores —una de ellas en el Bajo Caguán—. Para ellos, esta es una forma de promover el desarrollo comunitario sustentable, fortalecer la soberanía alimentaria y favorecer la conservación del bosque nativo y la restauración de zonas degradadas.
El sueño de estos campesinos es convertirse en inspiración para otras familias, en líderes en potencia que están comprometidos con cuidar el bosque amazónico y con volver a reforestar los territorios que alguna vez deforestaron.
Otras iniciativas de conservación
ACT no es la única organización que trabaja en el Bajo Caguán. La Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) actualmente desarrolla el Programa de Medios de Vida Sostenible, que busca crear otras opciones productivas que generen ingresos a las comunidades en zonas de núcleos activos de deforestación. Ahora trabajan en un manejo forestal comunitario que apunta a dos líneas: la primera consiste en aprovechar los árboles maderables y los no maderables, y la segunda es ir trabajando en procesos de reconversión productiva, con la creación de corredores que conecten los parches de bosque. “Todos están comprometidos con conservar”, cuenta Emilio Rodríguez, coordinador del programa, quien destaca que las 250 familias, que han estado vinculadas al programa, han escogido ellas mismas el tipo de proyecto a desarrollar. Algunas se inclinaron por sistemas silvopastoriles, otras por prácticas de agroforestería y algunas más se han formado como meliponicultores.
Por otro lado, el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas SINCHI ejecuta actualmente el proyecto GEF Corazón de la Amazonía, que genera condiciones para la conservación de los bosques en el área de influencia del Parque Nacional Natural Chiribiquete.
Una de las iniciativas que resultó de este programa fue la construcción de una planta de extracción del aceite de la palma canangucha (Mauritia flexuosa) en la vereda el Guamo, también en el municipio de Cartagena del Chairá. Son 69 familias las que proveen el producto y aprovechan de manera sostenible las 4000 hectáreas de estas palmas que se encuentran entre las veredas de Santo Domingo y Las Palmas. La idea, cuenta Jaime Barrera, investigador del SINCHI, es aprovechar el aceite y, con el residuo que queda, hacer concentrados para la alimentación animal. Actualmente están construyendo el plan de manejo para obtener el permiso de la autoridad ambiental y poder comercializar.
La esperanza es que en unos pocos años, cuando estas iniciativas y sistemas agroforestales empiecen a ser el sustento principal de cientos de campesinos, la deforestación sólo sea parte de la historia, una historia que ninguna comunidad querrá repetir.
https://es.mongabay.com/2023/03/reforestacion-bosques-bajo-caguan-en-colombia/.