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La izquierda hoy: táctica sin estrategia
Ariel Zúñiga
Miércoles 16 de enero de 2008, puesto en línea por
En la cumbre de las Américas pasada, en dónde se hizo famosa la interrupción del Rey español, otro hecho paso inadvertido: La voz del más allá de Fidel Castro produciendo algarabía en un auditorio repleto de jóvenes. Chávez dijo que le hablaba Fidel por teléfono en la mitad de su discurso y se produjo un espectáculo similar al de los fanáticos evangélicos cuando hablan en lenguas.
Eran muy pocos los asistentes a tal actividad, se calcula en dos mil, pero los cientos de miles de izquierdistas chilenos y los millones de mundo guardaron un cómplice silencio validando tal situación.
¿Ser de izquierda acaso obliga a defender lo indefendible?
Se puede defender a Chavez de su entrevero con el Rey de España pero en ningún caso el que busque una continuidad histórica con proyectos fracasados para obtener una precaria legitimidad populista y de paso envenenar la mente de los pocos izquierdistas jóvenes que tenemos.
Yo me sentí como el hijo del gato Silvestre y oculté mi cabeza con una bolsa de papel por un par de meses: han sido tantas batallas las que ha perdido la izquierda, y perdió la gran guerra fría, que cuesta pensar que sus generales sigan siendo honrados. Lo poco que habíamos avanzado desde la caída del muro dilapidado en una tarde de verborrea.
Pero del problema de fondo aún no se dice ninguna palabra: ¿En función de qué estrategia podemos calificar o descalificar las políticas de Chavez?
Él negocia con las FARC y logra que se liberen a dos secuestrados. Tal exiguo resultado lo presenta como un éxito diplomático sin precedentes.
Queda en evidencia la tozudez de Uribe pero también los injustificables métodos de las FARC validados en parte por Chavez y Castro (oficialmente Cuba).
Si los fines justifican los medios es pertinente preguntarse qué fines justifican que Betancourt -y sus cientos de compañeros en desgracia- sigan secuestrados. Si las FARC se encuentran en cesación de pagos, y el canje de los rehenes les permite deponer las armas y reiniciar una vida civil, qué relación tiene su lucha con la emancipación del hombre de la opresión del hombre. Si las FARC se consideran fuerzas beligerantes sería bueno saber dónde están emplazados los molinos de viento contra el que luchan y a quien dañan y cuánto tales aparatos.
Algunos buscan autonomía política, como los Zapatistas, otros la mejora en sus condiciones salariales o de prestaciones sociales y la pregunta que cabe hacer es desde qué prisma consideramos a tales luchas como de izquierda.
Existe una forma de actuar que calificamos de izquierda y se les exige a quienes buscan ser ungidos como tales que demuestren su saber hacer, su técnica. Pero no les pedimos cuentas respecto a la coherencia de sus actos con los fines estratégicos porque no existe ni el más mínimo acuerdo respeto a tales fines.
En su compulsión por no extinguirse, la izquierda ha preferido una laxitud ética y teórica que le ha causado más daño que la reducción numérica de adherentes con que era amenazada. Las buenas ideas pueden comunicarse en poco tiempo y producir grandes cambios; los grupos organizados a propósito de los síntomas y no de las enfermedades y comandados por líderes carismáticos sólo fomentan la represión y las fuerzas conservadoras.
Las precarias posiciones que hoy se pretenden custodiar a cualquier precio pueden ser recuperadas en un lustro si la izquierda se propone emanciparse del lastre de su pasado. Si busca convencer y crecer desde el humanismo concreto, desde una ética que posibilite una economía solidaria al mismo tiempo que próspera y eficiente. Dicha tarea obliga a derribar las trincheras que aún existen y dedicarle más tiempo a indagar sobre las soluciones más que al activismo destinado a evidenciar los problemas.
Hace ciento cincuenta años habían acaloradas discusiones sobre la táctica puesto que la estrategia, aunque lo oscurecía la radicalidad de los análisis que abundaban, estaba clara: había que derrotar al enemigo, ese enemigo era el sistema capitalista, continuador legal y económico de los sistemas opresivos de antaño. Se debía instaurar una sociedad sin diferencias en que todos colaboraran según sus capacidades y consumieran según sus necesidades.
La revolución bolchevique invirtió las prioridades y desde entonces la estrategia pasó desde un supuesto a un tabú. La caída del muro fuera de revertir esta tendencia la ha profundizado al punto que la táctica se haya reducido a una mera retórica sobre la logística: sólo importa el dónde y cuando nos juntamos, y quién lleva los pertrechos o cómo se financian. Nada importa el destino de la manifestación ni los objetivos que pueden alcanzarse en tal actividad.
"Organízate y lucha" se encuentra rayado en todas las paredes y en todos los idiomas y nadie quiere hacerse cargo del contenido de esa organización y de esa lucha. La discusión sobre esta cuestión se ha transformado en un tabú. Izquierdistas serios prefieren no crear un frente interno y hacer cuentas que todo esta bien en la izquierda, pero esa ceguera metodológica impide contrarestar el poder coherentemente empleado por el sistema en conservar sus instituciones el cual es fortalecido con la crítica libre y desordenada de la propia izquierda. Para el sistema la izquierda es su Pepe Grillo y fuera de eso no la considera sino como una alma en pena. Ni el sistema critica a la izquierda ni de ella surge una autocrítica lo que desnutre aún más sus gastados argumentos. Su material genético se agota.
El árbol que crece torcido jamás sus ramas endereza. Aquellos jóvenes que gritan eufóricos porque Chávez dice que Fidel le habla por teléfono ¿pueden considerarse los cimientos de una nueva sociedad? Si, pueden, pero ¿podrán algún día construir una sociedad mejor que nuestro precario capitalismo?