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Algunos saben, otros nos gobiernan

Política o cuentos de hadas

Ariel Zúñiga

Lunes 25 de febrero de 2008, puesto en línea por Ariel Zúñiga

Se supone que vivimos en una sociedad laica. Se supone que cada uno puede hacer lo que quiera mientras no afecte a otro. Las incontables cruzadas, militares y morales, en contra de la delincuencia, de algunas drogas, de la prostitución apelan sin embargo a una superioridad moral , es decir, a un promontorio desde el cual se observa, escruta y juzga.

Los fundamentalistas, asumidos y no asumidos, apelan a los universales: La verdad y la justicia, que se confunde cómicamente con su verdad y su justicia.

La modernidad se ha construido desde el escepticismo frente a los universales: La verdad es una conclusión provisional y refutable y que tiene sus fuentes en la experiencia; la justicia está muy lejos de cualquier verdad provisional posible.

Independiente que se adhiera a estos axiomas, desde que apagamos el despertador hasta que apagamos la luz o el televisor antes de dormir, toda nuestra vida se encuentra sujeta a la tecnología derivada de descubrimientos e inventos obtenidos por personas que sí los suscribían.
Sorprende que sea necesario plantear todavía estos asuntos hasta la majadería, pero hoy es más necesario de lo que quizá fue nunca: Millones que se conectan a la Internet dicen ser escépticos pero no de los universales sino que de los fundamentos que hacen fructífero cada enter y cada click. El fundamentalismo es una pandemia de la cual sólo se habla de su versión oriental más no de la monserga liberal-irracional que se hegemoniza.

Los pilares de nuestra modernidad no son nuevos universales es decir, no valen para cada época ni para cada proyecto social, y por ende no se pueden oponer como amuletos defensivos. Valen siempre y cuando queramos vivir más años, comer más y hacer más productivas nuestras labores. Pero esas metas ni han sido las perseguidas por todos los hombres ni tienen por qué serlo. La gran debilidad de la verdad provisional está en que pese a ser eficiente en modelar al mundo al antojo del ser humano no satisface la angustia existencial como sí lo hace cualquier religión por más burda que nos parezca. Los éxitos de la ciencia son evidentes al igual que sus supuestos y pese a acotar paulatinamente los misterios que nos acechaban nada indica que siguiendo su senda lleguemos a saberlo todo. Quien piensa como científico debe renunciar a la verdad primera y a la verdad última; pese a que existan científicos que profesan algún culto y que muchas veces sus dogmas se cuelen en sus trabajos – como en Einstein – sus conclusiones sólo valen para la ciencia cuando han respetado las normas autónomas de sus colegas. En la ciencia no existe la revelación, y aunque las grandes teorías hayan surgido de experiencias similares a la revelación divina, a las que accede de vez en cuando el cerebro humano, sólo el poder explicar a otros permite inscribirse en el acervo científico.

Si la verdad es provisional las normas morales y jurídicas deben asumir tales axiomas, de lo contrario nos encontramos en una esquizofrenia.
A fines del siglo XIX se pensaba que la sociedad se desarrollaba y es más, evolucionaba. El Estado Nacional, racional, de Derecho, basado en la igualdad ante la ley, la sujeción de todos – gobernantes y gobernados – a las mismas normas fundamentales, neutro en materias religiosas y morales pero comprometido con el progreso y la modernización, era un punto en el horizonte que cada vez se hacía más grande y que todo dependía de la velocidad del viento el llegar tarde o temprano a su rivera.

El Nazismo, y la campaña aliada para combatirlo ideológicamente, pusieron de manifiesto la barbarie que encerraba el progreso o más bien, de qué modo la barbarie permanecía en latencia en las monumentales creaciones de los juristas modernos y progresistas.

Todos somos iguales, todos votamos por igual ¿y qué pasa si elegimos a Hitler? ¿o a W.Bush? ¿O a Bachelet?

Lo que sucede es que sólo una minoría ha conseguido vivir sin dioses y no desvelarse entonces el discurso racional sólo apela a unos pocos quedando los demás expuestos a ser conducidos por profetas que apelen al corazón es decir, a la bestia más o menos dormida que mora en cada uno de nosotros.

La verdad es provisional por lo tanto debemos ser tolerantes con todos puesto que ni tenemos LA VERDAD como tampoco la tienen otros. La verdad científica por otra parte, se hace valer independiente de que quieran o no sujetarse a ella: No existe nadie preso por vulnerar la ley de la gravedad. La tolerancia sólo opera con normas morales y éticas y su consagración implicaría la inexistencia de toda norma.

La “tolerancia” de la cual se habla en nuestra sociedad, minuciosamente regulada, consiste en matizar la regular intolerancia.

Lejos han quedado aquellos días en que se pretendía abandonar algún día la penosa práctica de orinar en contra del viento: El castigo es más intenso y frecuente de lo que había sido en cualquier momento de la historia. La represión a los instintos animales – a algunos instintos solamente – a la mayoría de los hombre permite la satisfacción desenfrenada de esos mismos instintos a un pequeño grupo que dice hacerlo por el deber.

De la igualdad ante la ley, si alguna vez tuvo algún significado, hoy no queda nada.

Sin embargo la mala educación alcanza incluso a los que destinan ingentes recursos a evitarla: Instituciones llamadas de “educación superior” enseñan por una puerta la Ciencia y por la otra el burdo remedo que se denomina Ciencias Sociales es decir, a algunos les dicen que la verdad es provisional y a otros los instruyen en una batería de argucias para evadirlo.

El resultado es que quienes gobiernan el mundo son formados en el viejo arte de manipular el corazón de los pueblos y eso incluye el de los científicos.

No se trata de que la ciencia nos trajera la barbarie sino que ella no ha conseguido gobernarla. Quienes gobiernan sólo les basta la sed insaciable de las ratas y un par de argucias viperinas. Lamentablemente la pluma no es más fuerte que la espada, ni de los fantasmas, ni de los genitales.

Si miramos por la ventana e intentamos describir lo que vemos muy pronto nos daremos cuenta que no existe democracia formal, ni igualdad ante la ley, ni estado de derecho y que por lo tanto alguien miente dos veces si lo que pretende es la vigencia de una democracia sustantiva, de una igualdad real o un estado constitucional de derecho. El juego consiste, para esas ratas viperinas, que uno mire hacia donde apuntan mientras ellos se apoltronan.

Que el vulgo, barbárico, mísero y atávico, sea encuestado respecto a sus aficiones y perversiones, o si le agrada menos este payaso o el otro para que orqueste el circo de las formalidades (o el culto “civil” de nuestra pretendida sociedad laica) no significa que el pueblo gobierne. Significa solamente que es testeado permanentemente para saber exactamente cuánto pan y circo precisan para subsistir, reproducirse y enriquecer a otros.

Si algún sistema de gobierno rige en nuestra sociedad es el de las “sociedades anónimas” o Corporaciones (como las llaman en otros lugares): Cada quien vota en proporción al porcentaje del cual es dueño. Y ser dueño es DOMINAR, no refiere a papeles sino que a actos. No refiere a leyes escritas ni consuetudinarias refiere a situaciones que no se pueden alterar sino al costo de una guerra. Y se domina sobre riquezas naturales apropiables, sobre teconología, sobre mano de obra, sobre consumidores o sobre dominadores de cada una de estas áreas, es decir un Holding. Nadie domina sobre naciones, ni municipalidades ni circunscripciones.

Entonces, de qué patraña me hablan cuando dicen que hay que cambiar tal ley u otra. Ese lenguaje es propio de aquellos que creen que la ley de gravedad es un acuerdo.

Lenguaje de ratas viperinas aprendido con apuro por quienes dicen combatirlas: Viles esclavos recolectando firmas para aceitar las cadenas que los sujetan.

Y están los otros, aquellos que nada les basta y apelan a una totalidad comprensible sólo por ellos. Aquellos que apelan a los universales enchulados, a su gusto: Barroco y sobrecargado.

Quien recién aprenda recite esta lección como un mantra: Nadie tiene la verdad MENOS EN CUESTIONES MORALES. El Derecho no es ni el sentido común puesto por escrito, ni una técnica para realizar la justicia, ni un acuerdo entre los hombres (representativo de todos los hombres), ni la moral respaldada por la fuerza.

No existe la brecha entre ley vigente y ley aplicada sólo existe la aplicada y tal cual es aplicada. No existen instituciones legales ni estas actúan dentro o fuera de la legalidad porque la legalidad es la que se aplica, tal cual se aplica y las instituciones son quienes las aplican.
De qué Liquid Paper me hablan; de qué adiciones, interpretaciones y teorías ad hoc: La realidad ni se turba por la papelería y menos por los gusanos de papel y las sanguijuelas de tinta.

Y la realidad es que pese a lo disparatado del mundo algunos lo tienen del mango y no somos nosotros. Sólo se nos pedirá la opinión si aprendemos a exhibir nuestras cadenas con orgullo para que nos inviten a comer de sus migajas.

Los mejores asesores son los esclavos no asumidos, a los esclavistas los traiciona el escaso saber empírico de la pobreza. Solo un pobre, o ex pobre, piensa como tal y da con las claves para que el mundo siga girando y girando sólo para unos.

Basta de tenerle miedo a la ciencia y a sus conclusiones, témanle a los moralistas, a todos quienes vienen con la basura de que todos debemos hacer esto o aquello.

El asunto es simple: Si los pobres quieren organizarse en aras de terminar diez mil años de opresión civilizada, el que lo hagan por capricho, por interés o por resentimiento es irrelevante. Lo precioso es que QUIEREN y es esa voluntad la que por sí misma obtendrá el saldo, el que PUEDAN. Los trabalenguas filosóficos a las ratas viperinas, a los gusanos de papel y a las sanguijuelas de tinta y las revelaciones, a un lugar en donde no estorben.

Pienso que se le dan muchas vueltas al asunto y todo es tan sencillo como definir si haremos política o cuentos de hadas.

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